Cultura

¿Sueñan los robots con amigos mamíferos?

¿Sueñan los robots con amigos mamíferos?
¿Sueñan los robots con amigos mamíferos?

Encontrar momentos de felicidad en la construcción de vínculos afectivos, estar dispuesto a luchar por ellos y, según las circunstancias, perderlos y experimentar el dolor de la ausencia para tomar impulso y buscar una vez más un encuentro que nos trascienda como individuos aislados: el ciclo emocional que no sigue patrones definidos, implicando vacíos y episodios de plenitud que conviven en la cotidianidad, siempre con la posibilidad de reconstruirse para aprender a soltar la vivencia cercana y abrazar el recuerdo con cariño. La soledad puede ser un refugio o un estado que nos invite a voltear hacia las ventanas de enfrente.

Dirigida en sensible y mudo tono agridulce por el bilbaíno Pablo Berger (Abracadabra, 2017; Blancanieves, 2012; Torremolinos 73, 2003), como sucedía con Wall-E (Stanton, 2008), Mi amigo robot (Robots Dreams, España-Francia, 2023), de título que recuerda a Isaac Asimov, se basa en la novela gráfica de la estadounidense Sara Varon que ronda el amplio potencial que tiene la amistad como factor esencial para el bienestar emocional, en particular cuando las diferencias amplían los horizontes personales y las coincidencias se potencian para experimentar momentos de plenitud. En este caso, se desarrolla esta relación entre un perro, simplemente conocido como Dog, y un robot armado por el primero, que resulta ciertamente encantador.

Dog lleva una vida monótona y solitaria en Manhattan: una noche voltea a ver la ventana de sus vecinos y los observa contentos, disfrutando mutuamente la compañía. Decide comprar un robot que resulta ser un gran amigo: su candidez termina por solidificar el vínculo con su armador y juntos empiezan a disfrutar de paseos, canciones, golosinas y lances en patines, hasta que en una visita a la playa y tras divertirse de lo lindo, el robot se descompone y su inseparable amigo ya no puede arreglarlo, por lo que tendrá que esperar unos meses a que se reabra la playa tras pasar el nevado y crudo invierno.

Ante la separación forzada, aparecen los sueños como vehículos para intentar sobreponerse a la tristeza, si bien la mezcla con la realidad no siempre termina bien, como en el caso de las liebres remadoras: la obligada referencia al Mago de Oz y su floreado camino amarillo se presenta como un plan escapista, mientras que el surrealismo del Snowman invade hasta las pistas del boliche, listo para perder la cabeza. Un nido de simpáticos pajarillos, en contraste con unos malosos osos hormigueros, se cruzan por la vida del perro y el robot, además de una pata que gusta de las actividades al aire libre.

Estamos en el sucio y rudo Nueva York de los ochentas, en una época pre Giuliani y muy bien retratada con la omnipresencia de las torres gemelas como símbolo de un tiempo que ya se fue, la infaltable vida callejera del Lower East Side con reminiscencias punketas, Central Park y sus grandes espacios para volar cometas, la playa ampliamente visitada y hasta las dinámicas del metro, con todo y el espíritu de Basquiat: la población es una gran mezcla de animales antropomorfizados de distintas familias y especies que le dan una vida particular a la gran urbe, llena de diversidad, colorido y palpitaciones diversas.

Los personajes animados con elementos gestuales mínimos y suficientes, así como las secuencias por las que transitan, desprenden contrastes en los colores que inundan las escenografías tanto naturales como a ras de banqueta, bien acompañadas por un jazzeado piano que viaja del confort rítmico a la melancolía, de pronto invadido por la fiestera September, original de Earth, Wind & Fire: la banda sonora funciona de manera fluida a tono con un relato que se siente cercano y sincero, lejos de manipulaciones y con resoluciones consecuentes con el discurso afectivo que van desarrollando los mudos pero expresivos personajes.

El relato juega un poco con el tipo de relación que establecen los protagonistas, lindando y dejando abierta la interpretación entre la amistad y el nexo romántico, si bien no se presenta ningún tipo de impulso sexual, más allá de los celos velados que se manifiestan en algunos de los sueños, cuando Dog entra a su casa con otro robot que le hace un gesto de furia o cuando uno más que acompaña al can, pone cara de tristeza ante el abrazo del reencuentro. En cualquier sentido, las relaciones que se van construyendo dejan alegrías si bien efímeras en el tiempo, que se mantienen asentadas para asegurar la apertura hacia nuevas compañías y diferentes vivencias, incluyendo el difícil arte de dejar ir.


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Fernando Cuevas
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