Sin rivalidades con otras ciudades de Australia, pero sí entre las dos, Melbourne y Sydney son los dos grandes polos del desarrollo del país. Ambas metrópolis ejemplo de modernidad, sin olvidar sus orígenes, sin regatear nada a su pasado aborigen, reivindicado por medio de la veneración todo lo que tiene que ver con esa cultura de sus tribus originales, que habitaron la isla desde hace más de 40 mil años.
La historia de Australia comienza en Sydney en 1787 cuando los Ingleses mandan su primera flota de barcos cargados de convictos, buscando resolver un problema de sobrepoblación penitenciaria en Inglaterra. De hecho, la fundación de Sydney conlleva una carga emocional histórica y moral muy fuerte, no sólo por lo que en muchos años representó haber nacido como colonia británica, a donde mandaban a los más conspicuos personajes: homicidas, defraudadores, asaltantes y rateros, quienes sumando más de 50 mil procesados, en cinco décadas empezaron a formar familias entre ellos mismos. En alguna época, allá por los albores del inicio del siglo XX, esa negra mancha era mejor esconderla. Hoy, Sydney tiene 5 millones de habitantes y se estima que uno de cada diez de ellos tiene un antepasado que fue convicto, y de hecho, hay que decirlo, se sienten muy orgullosos de ello. Sydney es una de las 10 ciudades con mejor nivel de vida y la segunda con el mejor índice de desarrollo humano. Su perfil es multirracial y la diversidad es su principal rasgo como comunidad.
Melbourne fue fundada 47 años después, por colonos libres impulsados por la fiebre del oro en el río Yarra, pero también para encontrar nuevos horizontes para una comunidad nueva y aventurera, repleta de exploradores. Fue la primera capital del país cuya independencia sobrevino el 1 de enero de 1901, hasta 1927 que fueron trasladados los poderes federales a la ciudad de Canberra, decisión motivada por los constantes pleitos entre Sydney y Melbourne. Solución acertada e inteligente, progresista y atrevida, como todo lo que hacen los australianos. Su arrojo más notorio lo vemos reflejado en su arquitectura, que es de gran impacto, muy innovadora y espectacular. Hoy, Melbourne es una ciudad que combina a la perfección la arquitectura victoriana de sus años como capital del país y su nuevo paisaje urbano que la convierte en una ciudad joven, vibrante, propositiva, multirracial.
No puedo pasar por alto relatar mi paso por el estadio Olímpico de Sydney para ver la emocionante final de Rugby entre la selección de New South Wales y Qeensland y la asistencia a la Ópera para ver nada menos que la ópera de Bizet: Carmen, en una versión muy atrevida, típica de estas tierras, que se atreven a todo.