Reconozco que mi artículo de la semana pasada fue una más de mis declaraciones de amor a mi esposa, a través de una carta que valiéndome del privilegio de escribir en Milenio, hice patente. No obstante mis pocos lectores, recibí un buen número de mensajes en varios sentidos: unos calificándome de “mandilón” y otros de ser valiente.
Es muy clara la división que percibí en los comentarios que recibí y si ambos términos están en las antípodas, por contrastantes, también pueden estar juntos y aún así ser frontera uno del otro. Me explico.
Ser mandilón se define como el hombre débil y temerosos ante la mujer. En cambio, el valiente implica la práctica del arrojo, de la temeridad y del control de la pareja. Ambas definiciones se justifican en el diccionario, pero no así en la realidad cotidiana, pues esta última admite que algún hombre eventualmente se ponga el mandil, sin ser con ello cobarde, y por contra, algún otro puede que levante el puño en aparente señal de amenaza, sin que esto realmente lo sea.
Lo importante es la sinceridad y en la honestidad de ambos conductas, pues si se es y se hace conforme a los principios, uno está del otro lado.
Con las menciones de que soy mandilón entendí que muchos de mis amigos seguramente lo son también, pues la práctica de calificar es casi siempre un reflejo en donde se proyecta uno en el espejo de enfrente. No juzgo ni mucho menos culpó. Solo trato de analizar los hechos.
Se que aceptar que uno ama y admira a una mujer es en ocasiones visto como debilidad y también me imagino que para muchos, cuya marca registrada es ser “macho”, admitir que una mujer es mejor que uno o más inteligente, simplemente es claudicar a su condición de género. Craso error, pues el ser humano claudica cuando pierde su brújula y cree que él es mejor que otros, sea mujer o no.
En el laboratorio de la vida se investiga y se ensaya y también se experimenta, todos los días, con algo nuevo, unas veces con hipótesis, otras con pruebas y en ocasiones simplemente con pistas que tan solo son señales de que algo sucede.
Y eso es lo que cuenta. Quiere decir que estamos vivos si hacemos lo que queremos.
