Si algo puede decirse del llamado humor social es que la abrumadora mayoría de los mexicanos media entre el escepticismo y el enojo, estos últimos son una tercera parte que puede seguir aumentando. El enojo como estado de ánimo es mejor que la indiferencia, pero cualquiera sabe que el enfado es mal compañero, más cuando de decidir se trata; se la cobran a quien pueden y no a quien la debe. El enojo anula la razón y concede poco espacio a todo aquello que no ratifique su propio fastidio.
El miedo es otro sentimiento relevante en la política. Hubo alternancia en la Presidencia porque el miedo no superó al deseo de cambio. No fue una lucha entre partidos, sino personajes que representaban sentimientos, emociones y aspiraciones. Con Fox no ganó el PAN, sino el deseo de un cambio profundo. El desencanto ocurrió precisamente porque éste no ocurrió, por incompetencia o por la dificultad que le imponía el régimen anterior con suficiente fuerza legislativa y en los gobiernos locales.
Pero el miedo sí pudo definir la elección de 2006. Cierto es que fue un resultado muy cerrado, que la diferencia en la votación se dio en tres estados donde la representación del PRD en casillas fue muy baja; se ha dicho que subyace en el resultado la maquinación de los gobernadores priistas para abrir paso a Felipe Calderón, lo que sí es cierto es que en el norte es donde hubo mayor voto diferenciado de priistas hacia Calderón, lo que en buena parte se explica por la campaña de miedo que pudo significar una diferencia de 2 millones 300 mil votos, aunque en el centro y en el sur los votos diferenciados del PRI fueron para López Obrador.
En 2012, López Obrador intentó conjurar el miedo en su contra con un posicionamiento inicial diferente al del líder contestatario que nació del movimiento postelectoral de 2006. Le dio resultado, en parte, porque el PAN lo desestimó y creyó las malas encuestas que hacían creer que Peña Nieto tenía una ventaja abrumadora. El PAN reaccionó tarde. A seis semanas de la elección, AMLO estaba por empatar a Enrique Peña. Inexplicablemente, como lo aclara su consultor Costa Bonino, López Obrador regresó a la confrontación y al estilo pendenciero. El triunfo se fue de las manos al perder cuatro puntos y la inercia ganadora. El PAN corrigió y la campaña de Peña Nieto no perdió ritmo ni rumbo. La elección se decidió por poco más de 6 puntos.
Lo de ahora es distinto. El enojo es el que domina, casi siempre con quien gobierna. El PRI pudo haber ganado Baja California en 2013 si el PRD no hubiera avalado al candidato del PAN. En 2015, en elecciones de gobernador prevaleció la alternancia. Excluyendo Colima, en cinco de ocho estados ganó el candidato opositor. Además, en el Distrito Federal el PRD perdió hegemonía y el PRI mayoría en Jalisco. La única zona metropolitana mayor con continuidad fue la del Estado de México.
Los comicios de 2016 serán significativamente distintos respecto a sus precedentes. Es difícil que candidatos independientes tengan la eficacia de Jaime Rodríguez en la pasada elección de Nuevo León; lo que sí se anticipa es un voto fragmentado. Candidatos independientes o de partidos menores con importantes porcentajes de votación. Nuevamente Morena puede ser el partido con mayor crecimiento. En Oaxaca, con un buen candidato, estaría en posición de competir con fuerza. La inercia a la alternancia y la ventaja de las posturas antisistémicas se alimentan del enojo; sin embargo, la diversidad de candidaturas abre puerta a triunfos con un bajo porcentaje de votos, como ocurrió en San Luis Potosí y Michoacán, donde los candidatos ganadores lo hicieron con poco más de la tercera parte de los votos emitidos.
La propuesta de la segunda vuelta del PAN conlleva el huevo envenenado de las campañas de miedo. Su promotor, Felipe Calderón, fue beneficiario y pudo llegar a la Presidencia con 36 por ciento de los votos emitidos, el más bajo porcentaje conocido de un Presidente. La merma a su legitimidad no se derivó de los votos, sino de la interferencia del Presidente Fox en la elección y de la diferencia de votos. El PAN asume que el PRI, al ser el partido con mayor rechazo no ganaría una segunda vuelta, a su vez que López Obrador difícilmente vencería una campaña de miedo que lo obligaría a obtener más de la mitad del total de los votos. Calderón asume, como sucedió con él, que la segunda opción de los priistas sería el PAN.
El enojo no es para siempre, salvo que sea patología. La realidad es que el tránsito exitoso al futuro se ofrece en el optimismo, no en el miedo, un sentimiento mayoritario de que no obstante las dificultades presentes, México es un gran país, con un gran potencial y mejor porvenir.
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