Antier arribaron a México Rex Tillerson y John Kelly, secretarios de Estado y de Seguridad Interna de Estados Unidos. Vinieron para reunirse con el presidente Peña, con el canciller Videgaray y el secretario Osorio.
Como es costumbre, Donald Trump cambió todos los parámetros de discusión horas antes de la reunión. A través de Kelly publicó dos directrices respecto a cómo se llevará la política de migración en Estados Unidos ahora. Entre otras, se contratará a por lo menos 15 mil agentes más de migración; la persecución de migrantes se extenderá incluso a quienes no hayan cometido un delito grave y se buscará deportar a México a indocumentados de otros países por haber cruzado desde aquí.
El gobierno mexicano respondió con la retórica de costumbre: no acepta los nuevos términos; hay autodeterminación, y aún busca diálogo, por más complicado que sea.
Al mismo tiempo que Kelly y Tillerson hablaban con Videgaray, Trump emitió su propia opinión desde Estados Unidos. Kelly argumentó que las nuevas directrices no llevarán a deportaciones masivas o a una militarización de la migración. Trump dijo exactamente lo opuesto.
Tillerson, quien no ha estado presente en la mayor parte de las reuniones de exteriores de la Casa Blanca —a ellas acuden Steve Bannon y Jared Kushner, los dos principales asesores del presidente—, tiene poco que ofrecer a México. Lo que diga será borrado con un tuit de Trump o la opinión de un asesor.
Botón de muestra: ésta fue la primera visita de Estado de Tillerson desde que asumió el cargo. Los medios estadunidenses no la transmitieron en vivo. En lugar de eso llevaron una entrevista con Bannon, el cerebro de Trump, y el responsable de los tintes protofascistas del nuevo gobierno.
Su opinión es la que importa, y a juzgar por lo que dijo ayer, nada ha cambiado.
Hicieron bien Peña y Videgaray en recibir al canciller estadunidense, pero no deben confundirse: la relación no ha mejorado ni un poco. En la Casa Blanca siguen convencidos de que México es el enemigo.
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