En el marco de una serie de pláticas en varios municipios del Estado de Jalisco sobre la ética del servicio público, surgió en uno de ellos: en Arandas específicamente, la cuestión sobre la cercanía en tiempo entre una y otra: la Revolución Mexicana y la Rusa; e incluso la vinculación entre ambas y hasta la posible relación causal.
El tema de discusión quedó, por ahora, aplazado. Sin embargo, quizá resultan convenientes algunas consideraciones anticipadas. En efecto, el 5 de febrero de 1917 quedó en México formalmente concluido el agitado proceso constituyente entre las diversas fracciones revolucionarias, como la zapatista, la villista, la propia carrancista, el floresmagonismo del Partido Liberal de Camilo Arriaga, la Casa del Obrero Mundial, el agrarismo “ingenieril”, e incluso figuras porfirianas como Félix Fulgencio Palavicini.
Meses después triunfa la revolución de octubre en Rusia, que acaba de dejar de ser imperio, extendido desde Mar Báltico en la Europa del Norte hasta Vladivostok en el Pacífico, frente a Japón. Al frente avanza la fracción bolchevique (que quiere decir mayoritaria) y toma en 1918 control del movimiento y del gobierno.
Son precisamente los bolcheviques los que inventan la palabra: “populista”, para etiquetarla a los mencheviques, o sea los minoritarios. Según los bolcheviques: populistas son los que creen que el impulso revolucionario puede surgir de todo el pueblo. Cuando ellos, organizados en soviets, están doctrinariamente seguros de que el verdadero impulso revolucionario y transformador de fondo sólo puede surgir del proletariado obrero industrial y de nadie más: porque así lo dice El Capital de Carlos Marx.
En México, en cambio, dos años antes, todas las fracciones en el Constituyente de 1916-17 habían llegado a una conclusión compartida: no habrá república verdadera en México mientras no se desmantele el régimen agrario virreinal de latifundios, en manos de mil familias, en un país, para entonces, de 15 millones de habitantes, y con “cuatro quintas partes” de los mexicanos en la servidumbre del peonaje, que no deciden ni de su propia vida.
Imposible así la ciudadanía universal.
Acababa de fracasar estrepitosamente la revolución antirreeleccionista, casi exclusivamente clasemediera, con lema meramente político: “Sufragio efectivo, No reelección”, sin entrar al fondo de la estructura social agraria de origen conquistador y virreinal.
El mismo Madero venía de una familia latifundista. Su indudable buena fe democrática, sin base de cambio social de fondo, quedó sangrientamente aplastada. Es entonces cuando revienta la Nación: desde abajo.
En el Norte: con la aspiración de la pequeña propiedad repartida. En el Centro-Sur: aspirando a la restitución de las tierras comunales. En ambos casos: la tierra a manos de quienes la trabajan.
No se encuentra en el Diario de los Debates del Congreso Constituyente de 1916-17 referencia alguna al proceso paralelo de cambio que se está viviendo en Rusia en esos tiempos (ni viceversa); ni mención a Marx.
No se plantea, ni discute, la supresión de la propiedad privada. Sí se propone, con toda nitidez, la rectoría económica del Estado: “la Nación tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público”.
Sí conviene subrayar que la estructura social de Rusia conservaba, al igual que nuestro país, un régimen agrario de grandes propietarios con campesinos siervos; y que la actividad industrial en ese país era, al cambio de los siglos XIX a XX, todavía notoriamente deficiente y atrasada respecto de la Europa Occidental, Norteamérica, o Japón. Pero la voz cantante en Rusia la llevaron los proletarios industriales bolcheviques.
No podemos soslayar que en el Constituyente de Querétaro los puntos radicales del nuevo pacto social (3ro, 27, 123) tienen una raíz propia, que se remonta claramente a los Sentimientos de la Nación de José María Morelos en 1813 y a la llamada Constitución de Apatzingán de 1814: “que aumente el jornal del pobre” y “derecho de sufragio sin distinción de castas”, que el pueblo manda y el pueblo quita (art. 4).
La urgencia de la educación pública, universal y gratuita reclamada con lucidez por Miguel Ramos Arizpe en Cádiz 1812.
Por lo que toca al orden agrario colonial, que perduró 100 años más, por obra y gracia de la Independencia Trigarante, la propuesta de transformación profunda está claramente delineada desde la “Constitución Imaginaria” de José Joaquín Fernández de Lizardi, 1823; y contundente en el Voto Particular de Ponciano Arriaga en el Constituyente de 1857.
Las fechas lo explican todo.
P.D. A doña María Conchita, mujer integra. Descanse en paz.
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