Entren santos peregrinos,
reciban este rincón,
que si es pobre la morada,
se la doy de corazón
Es siempre la misma historia. José el galileo rumbo a Egipto. Antes, Moisés saliendo de Egipto rumbo a “la tierra que mana leche y miel”; ahora los sirios rumbo a Alemania; los africanos brincando las cercas de Ceuta.
Antes los gitanos: la última oleada de auténticos indoeuropeos rumbo a la Europa Occidental (contradictoriamente asesinados por millones por Hitler con la falacia de la pureza racial aria). La diáspora hebrea desde hace 2 mil años.
Sin olvidar los cananeos- fenicios- libaneses, que en el caso de estas tierras llegaron hace poco más de 100 años todavía como súbditos otomanos (ahí está todavía el pequeño monumento en el centro de la Ciudad de México).
Para no hablar de las oleadas y el “hormiguero” de “latinos” rumbo al Sueño Americano, que tanto obsesionan a Donald Trump. Así toda la historia de la Humanidad.
En México: quien no descendió por el Estrecho de Bering hace 15 mil años, descendió del barco: por Veracruz; o por Acapulco desde Manila en la Nao de China, hace menos de 500 años.
Al Norte de aquí: los peregrinos británicos de las 13 colonias, que huían de la intolerancia religiosa en sus tierras europeas de origen. Que después vieron con recelo llegar a otros más: escandinavos y alemanes; después a irlandeses católicos; más tarde a italianos; por el oeste a los chinos obreros del ferrocarril. Donald Trump desciende de alguna de esas oleadas de FUERA de América.
Rumbo al Oeste, que todavía no era suyo, en el siglo XIX, los “pacíficos” colonos avanzaban en sus “wagons” y eran atacados por los salvajes apaches. Que defendían sus tierras. También desde el lado mexicano, porfiriano, los apaches fueron exterminados por el ejército nacional como si fueran el extraño enemigo.
Dice el apóstol Mateo: “Después que partieron los magos, un ángel apareció en sueños a José y le dijo: Levántate y toma al niño y a su madre y huye a Egipto y permanece allá hasta que yo te diga; porque Herodes buscará al niño para matarlo. José tomó al niño y a su madre y huyó a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes”. Jesús el migrante.
Una de sus más bellas parábolas se refiere al Buen Samaritano: el extranjero compasivo que curó al viajero asaltado y todavía le dejó pagada al ventero la estancia para la recuperación del herido. Ejemplo de fraternidad humana más allá de nacionalidad.
Es triste, descorazonador, y también indignante ver y oír el trato de desprecio deshumanizado con el que ciertos conductores reaccionan en los cruceros, frente a seres humanos que suplican con humildad, casi con humillación, su apoyo solidario. “¡Ponte a trabajar, güevón!” Cuando es precisamente lo que andan buscando.
Hoy los antropólogos de la National Geographic Society lo han dejado indiscutiblemente comprobado: todos los seres humanos venimos, por distintas rutas, de la misma Eva africana. Unos se destiñeron con el tiempo en las glaciaciones, a otros se les pusieron los ojos rasgaditos con los fríos vientos de la Meseta mongólica, otras siguen conservando el color serio gracias a la melanina que protege su piel de los ardientes rayos del sol.
¿Tú qué eres: indígena o inmigrante? 15 mil años o menos de 500 (Bering o barco) ¿O mestizo?
Porque no todos los que descendieron del barco, en Veracruz o en Campeche, llegaron por su propia voluntad. Muchos miles llegaron encadenados, después de haber sido arrebatados con violencia de sus aldeas africanas. Ahí están los registros parroquiales que dejan constancia: de Guadalajara y de Jalostotitlán, entre muchos. Sobrevivieron los más fuertes; y se reprodujeron; hoy forman parte de nuestra herencia genética.
Si cada uno de nosotros tiene 2 padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16 tatarabuelos: eso en un siglo; y lo elevamos a la quinta potencia: sólo desde 1519, nos da un millón de antepasados de cada uno. ¿Mayor prueba de nuestra fraternidad?
Chetumal presume, con razón, de ser la cuna del mestizaje mexicano, con sus espléndidos murales en Palacio. El soldado Gonzalo Guerrero y el fraile Gerónimo Aguilar naufragaron en 1511 en esas costas. Gonzalo se casó con la hija del cacique. “Y ya veis estos mis hijitos cuán bonicos son”.
Moraleja: Entren Santos Peregrinos.
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