Política

El krill, el homo habilis y la economía

Una lección aprendida hace algo más de 40 años de los biólogos venezolanos, en los tiempos gloriosos del extinto Sistema Económico Latinoamericano (SELA), cuando Venezuela “sembró petróleo” plantando millones de arbolitos en las sabanas orientales del Orinoco, generando así, de manera no planeada, una nueva fauna en los nuevos bosques, de animales ex domésticos, huidos de los asentamientos humanos.

Decían los biólogos que los mejores camarones eran los del Lago de Maracaibo, porque se nutren del krill, que es una masa flotante viva de microrganismos que, a su vez, se alimentan de los derrames, naturales o accidentales, de hidrocarburos que brotan de las grietas del profundo subsuelo.

En realidad, es una doble lección: la primera es que la Madre Tierra se recupera sola, tarde o temprano, con la especie humana o sin la especie humana, o a pesar de la especie humana; la segunda es que los desmanes de la especie humana pueden llevar a su propia extinción, y el planeta seguirá rodando.

Cuando, según los antropólogos, hace dos millones de años, el homo habilis, nuestro lejano antepasado, tomó un guijarro de la tierra y lo golpeó para volverlo cortante y así destazar la carne de sus presas, o de la carroña, entonces nació la economía; o sea: la capacidad de satisfacer las necesidades materiales de los seres humanos.

Sobra decirlo: economía real, sin bolsa de valores, ni finanzas, ni PIB, ni cotizaciones, ni tipos de cambio, sin inversiones, ni tasas fijas, incluso sin moneda; sólo satisfacción de las necesidades materiales humanas a partir del trabajo humano; demanda sentida que motiva el trabajo, que es la palanca del desarrollo, recurriendo a los recursos naturales, y que genera el capital: no hay otro modo que el trabajo.

Precisamente: transcurrio más de un millón de años antes del otro gran paso de la estirpe del homo habilis: el fuego.

Cuenta Francis Hours en su librito Las Civilizaciones del Paleolítico, FCE, 1985, que según han determinado los arqueólogos, fue hace 600 mil años en Chou Kou Tien, en el norte de China donde la especie humana dejó rastros de fuegos intencionados en asentamientos humanos estables.

Finalmente, otra anécdota: cuentan los que saben que dos planetas cercanos a la Tierra la vieron decaída; uno se preguntó preocupado qué le podría ocurrir. “Sufre una pandemia de homo sapiens” dijo el otro. “¡Ah! Pronto se le pasa”.

Epidemias y pandemias, calentamientos globales y glaciaciones, erupciones volcánicas y tsunamis, subidas y bajadas del nivel del mar ha habido siempre en el planeta.

Tercera lección: menos arrogancia.

La pandemia en curso nos está dejando grandes lecciones: como grupo nacional y como integrantes de la especie.

No es la menor que veamos con angustia, y con la firme voluntad de rápido remedio, el vergonzoso desmantelamiento del sistema de salud que se sufrió (en realidad: que se provocó) en los últimos cuatro decenios en nuestro país.

No es aceptable que Birmex: la empresa pública dedicada a producir vacunas y biológicos haya pasado de productiva a compradora: ya saben cómo. La solidaridad humana es otra gran lección. Libertad, igualdad y fraternidad. Lo demás es tecnología. 


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Esteban Garaiz
  • Esteban Garaiz
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