En su libro Votos, drogas y violencia, Guillermo Trejo y Sandra Ley hablan de la manera en que el crimen organizado se fortalece bajo la mirada del Estado. Entre sus principales aportaciones destaca el no contemplarlo como una cosa ajena a este, sino una entidad que, en sus puntos de coincidencia hace lo hace posible y lo distingue del crimen ordinario. Hablan de dos esferas, la del propio Estado y el crimen y una "zona gris" donde se encuentran ambos, la omisión o colusión de las autoridades, la capacidad de organización, logística y agencia de otros conforman las condiciones para que el crimen justamente sea organizado y actúe de la manera en que lo hace.
Aquí es donde quiero puntualizar en esta ocasión. En semanas pasadas observamos cómo se descubrieron cinco casas con un sistema de videovigilancia en una de las regiones más azotadas por la ola de inseguridad que se extiende por todo el estado de Jalisco. Apenas hace unos días, supimos de una nueva forma de operar que sigue rayando en la sorpresa y el horror que se manifiestan detrás de esta lamentable situación: gracias a colectivos de búsqueda supimos del descubrimiento de crematorios clandestinos en Tlaquepaque donde se localizaron restos óseos. La respuesta de las autoridades, indolente y ofensiva, fue que solo se trataba de "solo unos cuántos restos". En un predio y oculto entre la maleza, un horno improvisado, pero completamente operativo, estaban los restos esparcidos. Anteriormente supimos que, una de las personas que fueron detenidas por la desaparición de jóvenes en Lagos de Moreno se le descubrió in fraganti en un horno parecido a las que se usan en las ladrilleras, quemando algún tipo de material.
La sorpresa debe mantenerse presente para advertirnos siempre del tamaño y magnitud de la tragedia. Estamos hablando de una infraestructura y equipamiento del horror al servicio de intereses que resultan perversos y que rebasa a las capacidades de las autoridades, conformando una verdadera crisis de seguridad que sigue siendo negada y cuyos efectos se padecen todos los días.
La labor de los colectivos de búsqueda sigue siendo fundamental para comprender esta crisis, se trata de un fenómeno que sucede derivado de la falta de capacidad de reacción de las autoridades y que pone de manifiesto su insensibilidad al tema, pues es por ellas que nos damos cuenta del alcance que tienen estos grupos y con esta nueva forma de actuar, quedamos sorprendidos. Insistimos, se trata de una crisis, una crisis que toca varias dimensiones y cuya complejidad es tal que reclama un abordaje especial, efectivo y sobre todo, urgente.
Justo en la semana pasada, especialistas señalaban que, a pesar de los esfuerzos de las autoridades estatales, Jalisco había rebasado la cifra de quince mil personas desaparecidas. No se trata solamente de una cifra simbólica, pues reducir el problema a números abunda a aminorar la tragedia, pero no podemos dejar de lado que en Jalisco se encuentra el epicentro de una crisis de más de ciento diez mil personas que no han regresado a sus hogares. Que hace falta mucho por hacer y parece, más aún por descubrir, más horror, más tragedia, más dolor, y la verdad, el derecho a la justicia y a la memoria, que deben prevalecer para dejar testimonio de los tristes días que vivimos.