Roland Barthes afirmó que de nadie nombrarnos seríamos nulos, aunque el lenguaje durante esta época parece intrascendente. “¿Qué es un nombre? Solo una palabra vacía sin la materia”, y por ello los vocablos en cada texto deben rendir cuentas reales, encarnar verdad.
Hoy enfrentamos diversas crisis sociales y la lengua requiere, igual que todo, adaptación. Sin embargo, el más reciente escándalo cultural supone algo inapropiado: reeditar los libros del autor inglés Roald Dahl (1916-1990), cuyos cuentos son referentes de la literatura infantil. Así no crean conciencia las editoriales: al eliminar supuestas “expresiones ofensivas” evitan forjar una comprensión lectora esencial para abordar el texto y la vida.
Por ejemplo, en lugar del adjetivo calificativo “gordo” que utiliza Dahl originalmente, lo deberá reemplazar algún sinónimo que aluda a grandes dimensiones. Hay quien ya advertía este declive cultural: Robert Musil publicó Sobre la estupidez (Abada editores) denunciando las muestras de ignorancia, inmadurez, insolencia e impertinencia colectivas. Los editores correspondientes en lengua hispana y francesa por fortuna se han desvinculado del escándalo que creó Puffin Books respecto a las obras de Dahl y desvirtuará clásicos donde los personajes únicamente pueden ser descritos con sus términos y no otros.
Por Erandi Cerbón Gómez
@erandicerbon