Hay una tensión dramática entre irse y volver. Marcharse y regresar, o no. Este vaivén presente en la literatura tiene muchos nombres, por ejemplo: vida y muerte. Se escucha como un llamado a la ruina, pero el lector también oye un eco esperanzador sobre las líneas.
Para no volver (Anagrama), de Esther Tusquets (1936-2012), la célebre ex directora de editorial Lumen, representa una narrativa cuyo tono, por verdadero, resulta ficticio. Sin lo forzado de prosas feministas que osan transgredir, consigue naturalmente hacerlo.
Aquí transcurre el tiempo a través de la protagonista, Elena, que lleva sintiéndose vieja desde joven, sufriendo y gozando. Pasa por Eduardo, amigo suyo; Julio, quien la atribula, y Mago, un psicoanalista. Con sentido del humor se enfrenta al fracaso, comprobando que “las penas del corazón son las únicas que nos ayudan a entender y entendernos”. Partiendo de esta sentencia los personajes cumplen con una misión: salvarse del vacío.
En un ambiente burgués el conflicto es considerado banal. Tusquets se mofa de él despojándolo de la seriedad que condena al fatalismo y permite superarlo: síntoma de salud mental. Durante cada sesión de psicoanálisis surge el relato cuando Elena comprueba que pasar a otra cosa (avanzar) implica no retornar, tampoco aun a los lugares donde fue feliz.
Con la madurez el dolor, inevitable, en vez de discutirse es aceptado, cumpliéndose el aforismo griego de “conócete a ti mismo”.
Por: Erandi Cerbón Gómez
@erandicerbon