Normalízamos cualquier suceso que dura suficiente tiempo como para perder la sensibilidad sobre él. Guerra, pobreza, injusticia, enfermedad, muerte (…). Las tragedias resultan efímeras cuando son ficticias y pueden experimentarse o no, sin embargo, en realidad romantizar el sufrimiento es inconveniente.
Entre los cínicos que se mofan del individuo que perjudican, el narcisista que no estima a ninguna persona y otros temperamentos cuyo balance pende de su propio desequilibrio, lo infame parece puro cuento. Aunque si existe un sector intolerante al sufrimiento, huyendo de él lo halla.
Un daño irreparable debe superarse recomienda Ursula K Le Guin. Desde esta perspectiva Tamara Kamenszain (1947-2021) escribió El libro de Tamar (Eterna Cadencia Editora): autobiográfico y partiendo del verso cuenta algo que le ocurrió e invoca posibles futuros. Generalmente nadie suele alzar las ruinas: ella sí, dándose la oportunidad de retomar una vieja historia casi olvidada.
El poema que Kamenszain recupera años después de haberlo recibido trazará un camino que recorren más personalidades literarias y así resignifica lo que en el pasado nunca la interpeló. Formado por anagramas y cinco letras, Héctor Libertella se lo compuso de “lecturas compartidas, discusiones literarias, viajes, exilios, hijos, desencuentros (…). La escritura permanece mientras el mundo gira.”
Erandi Cerbón Gómez