Rainer Maria Rilke (1875- 926) nació en el seno de una familia de militantes austriacos y su infancia fue destino: pasó una época en Sankt Pölten (la Siberia de Dostoyevski), ciudad donde entre las armas forjaría su carácter literario y fiel. El misticismo y la religión están presentes desde antaño en la literatura siendo fin y justificación.
Hay un sermón anónimo francés del siglo XVII, descubierto por el abad Joseph Bonnet y que
Rilke reencuentra durante 1911 en la tienda de un anticuario parisiense, y le dio difusión traduciéndolo del idioma original al alemán. El amor de Magdalena (editorial Herder) resulta una de las más bellas piezas que ilustra vida y muerte sobre “la santa amante de Jesús”. Condenada por lo anterior.
Aunque no sea un texto autoría del propio
Rilke, mediante él hay una redención necesaria relacionada al personaje. A través de la mística, cada fragmento presenta quién fue María Magdalena, honrando sus raíces que ante los ojos milenarios de la historia parece pecadora. Aquellos que la identificaron alguna vez así debieron después nombrarla santa: algo que estrictamente el Evangelio nunca considera pero que el tiempo sí.