Julien Gracq (1910-2007) pertenece a una generación de la cual únicamente algunos escritores continúan leyéndose. ¿Por qué un autor talentoso tiene mayor renombre que otro equiparable en genio?
El tono que utiliza Gracq exhorta a reflexionar sobre simbolismos y transmite un orgullo patriótico que sería fatal para su destino. Estimulante e inédito, por su carácter poco zalamero quizás nunca ganó el Premio Nobel de Literatura. La península (Nocturna ediciones) se inaugura con un hecho azaroso y cuyo devenir ignoramos.
Gracq hace referencia a una ópera compuesta por el compositor alemán Richard Wagner: el preludio del último acto de Tristán e Isolda, “La soledad”, donde no aparece ella. El protagonista, Simon, transita por los prados del Bocage, evocando los paisajes y las rutas de Bretaña que planeaba recorrer con Irmgard.
Imágenes de algo más que amor se esbozan cuando Simon decide emprender una ruta compartida, solo. El país impenetrable, conformado de lugares ficticios, yace acotado al mapa que traza una península imaginaria para cruzar.
“No había contado seriamente con que Irmgard llegase con el tren, pero no había pensado nada al margen de la espera nerviosa en la estación: era como un pequeño agujero particular en el que se había recluido de antemano”.
Simon acepta que jamás llegue y que quizá nunca vendrá. Sin embargo, tiene la ilusión de que aparezca; mientras tanto acontece toda la historia.