Aquello que pretende resaltar en algún momento acaba por estandarizarse: de entre lo original siempre algo se distingue. Así pasa con los escritores, varios nos gustan, pero hay quien tiene nuestra preferencia. May Sarton (1912-1995) resultó de las generaciones en que necesitaban escribir bien para sobresalir.
A principios de siglo ninguna referencia actual existía, era distinto el rigor al publicar. Sarton tiene la cualidad del poeta, además de ser novelista encumbra a grandes autoras, por ejemplo: Virgina Woolf y Elizabeth Bowen. Aun hoy sería una figura desconocida, pero ha dado de qué hablar por obras como Diario de una soledad (editorial Gallo Negro, 2021), inédita hasta entonces en habla hispana.
Sarton: “Demasiado popular para los académicos, demasiado exquisita para el gusto popular”, comenta la crítica. Y sí. Los primeros deberían asomarse a su talento, los segundos pueden aprender a apreciarla. Huyó con sus padres de Bélgica cuando asesinaron al archiduque Francisco Fernando de Austria, o sea, desde que estalló la Primera Guerra Mundial.
“Hay unas pequeñas rosas rosadas sobre el escritorio. Qué extraña tristeza suelen desprender las rosas de otoño…” Disfrutando dedicarse a la jardinería, Sarton relata cosas banales en su diario, pero también cuenta una lucha interna iracunda y violenta contra lo que nunca resolvió y que quizá no resolverá: su escritura en esencia como “viaje artístico y espiritual”.