El famoso escritor Paul Claudel, a cuya hermana encerró sin miramientos en un sanatorio mental, irónicamente conmueve con su poesía de enorme sensibilidad. Los autores no quedan exonerados al escribir por una vida personal llena de excesos y que algunos podrían resultar crueles. Sin embargo, cuando menos algo sí se redimirá.
Erudito, intelectualmente instruido, Claudel trabajó para poder vivir publicando. Entabló amistad con Mallarmé y se codeó con las altas clases de la época. Por el puesto diplomático que tenía visitó Estados Unidos, Medio Oriente y China; gracias a eso también escribió primero prosa, posteriormente vendría la poesía. Quería tener una reputación, consagrarse como el gran escritor del siglo XX, que sí fue.
Esto último lo conseguiría con obras como El ojo oye (Vaso roto editorial), publicado en Francia por Gallimard. A manera de glosario existencial, Claudel reúne en ensayos una visión personal sobre el arte, inspirado por sus lecturas. El título hace alusión entonces al observador que más allá de aquello que ve, logra traducirlo para contárselo.
Claudel ofrece detalles sobre una vida íntima que no fue revelada públicamente, mientras reflexiona en materia artística, va cotejando vivencias históricas y literarias. Desde las pinturas de Vermeer a piezas pictóricas desconocidas, del Rijksmuseum en Ámsterdam al Prado en España y recorriendo el Louvre sin omitir ningún detalle.