La literatura no desaparece, las obras dejan de editarse y entonces cede terreno. Hay para quien supone una oportunidad de reivindicarla y sugerir más formatos que permitan aproximarse hacia ella, eludiendo condiciones como la económica. El mundo que aguarda a revelar es siempre igual, pero también distinto cada vez.
Dashiell Hammett (1894-1961) era de aquellos cuyos límites de la imaginación nunca fueron los del lenguaje: trastocaba nuevamente viejas historias, revelando algún misterio. Su estilo propio lo adoptaron otros con argumentos que intentaban igualarle.
Inédito, “de mano en mano” pasó El hombre delgado cuando Hammett lo escribió, aunque se extravió, resultando dispar al impreso décadas después titulado El primer hombre delgado (Seix Barral), en el que cualquier hecho semejante con su realidad sí tiene concordancia biográfica.
Tuberculoso, fumador, alcohólico y narrador extraordinario, se convirtió él mismo en sujeto de una novela negra como el protagonista, un vicioso investigador, epicentro del asesinato que resuelve para poder seguir sucumbiendo a excesos.
“Este libro probablemente sea el último testimonio de un género literario tal cual Hammett lo inventó”. Fracasaría en casi todo: menos escribiendo y aún así, renuncia a hacerlo tras publicar dicho título. “Había inventado la escritura de una época” que inició y terminaba por él.
Por Erandi Cerbón Gómez