Anterior al Domingo de Resurrección está el Jueves Santo que para los cristianos resulta una fiesta tradicional; otras religiones no lo celebran, sus prácticas varían aunque compartan la idea del profeta y recen a un solo Dios. De este suceso surgen obras maestras como La última cena, de Leonardo da Vinci, exhibida en Milán.
Así, esparcida por el mundo, la humanidad alberga algo simbólico de una historia que, apartada del rito y la creencia, rememora y denomina un período. En el orden del día hay una “misa crismal” que consagra justamente el Santo Crisma antecediendo la hora que alude al arresto de Jesús tras delatarlo Judas en el jardín de Getsemaní, mientras llora y un ángel lo consuela (según ilustra la pintura de Carl Bloch).
La narración de una tristeza agónica, el renacer del hombre tras su muerte, la traición, los castigos infligidos y el tiempo están plasmados en novelas y poesía que, además de inspirarse en esta figura de alma venerable, también nombran al demonio: ambos espíritus que subyugan. Sí, hay historicidad en los hechos, pero también invención.
Los personajes heroicos y satánicos representados en la literatura universal tienen otros nombres y son una variedad: Don Quijote, Hamlet, Ciacco, Mefistófeles…, aunque el drama es uno solo y siempre el mismo protagonizado por quien desde la ficción forma parte de nuestra realidad.
@erandicerbon