Circunstante de la revolución rusa, espectadora del Viejo Mundo, testigo de una sociedad entre guerras y exiliada, Nina Berberova (1901-1991) personifica al nómada intelectual.
Escribió en ruso aun tras abandonar la Unión Soviética, instalándose en Francia y después en América. Pasaron 68 años para que visitara nuevamente San Petersburgo. Acerca de su vida fuentes bibliográficas informan solo a grandes rasgos; sin embargo, cuando publicó El subrayado es mío, quedaron de manifiesto otros detalles.
Se casó con el poeta Vladislav Jodásievich (quien trabajaba con Máximo Gorki), aunque la cortejaba Nikolái Gumiliov (primer marido de Anna Ajmátova). Emigrante hasta establecerse en Estados Unidos, obtuvo previamente la inspiración para escribir Nabokov y su Lolita (Páginas de Espuma).
Entre dos historias surge una tercera: Berveroba conoce a Vladimir Nabokov. Cuando lo reencuentra tiempo después, ya había él publicado Lolita. La impactó tanto que le dedicó un ensayo en el que también analiza más obras del autor.
Berberova demuestra inteligencia: argumenta los elementos básicos en Lolita (“historia de una pasión voluptuosa que se dirige hacia el amor”) patentizando un talento propio a través del único ruso que consideraba que justifica generaciones.
Decidió que el mundo valía un legado nunca reconocido: sus letras. “Por supuesto, la lengua subsiste”.
Por Erandi Cerbón Gómez
@erandicerbon