Estremecidos por lo que no sucede—más que por lo que sigue sucediendo como si fuera normal—la suerte y la muerte de los tres estudiantes de cine de la Universidad de Guadalajara vino a estremecernos no solo por la sinrazón de lo que fue su tortura y asesinato sino por la forma en que absurda en que se llevó a cabo y el silencio cómplice de algunos.
Llamó la atención en este crimen terrible la actitud de brazos caídos y resignación ofensiva por parte del gobernador de Jalisco y las autoridades locales en un determinado momento, y la razón no es para menos: desde los años de la guerra contra el narco emprendida por Calderón y hasta la fecha, en el estado de Jalisco—por su colindancia geográfica con ciertas entidades como Zacatecas, Michoacán, Nayarit y Colima— se han reportado al menos 3,060 casos de personas desaparecidas, con una tendencia alarmante a la alza.
La respuesta por parte de las autoridades locales fue la instauración de una Fiscalía especializada pero limitada en sus recursos y en su capacidad, tomando en cuenta la cifra de los 3 mil desaparecidos que distribuidos darían cerca de 5 personas por semana.
Sin embargo, lo que no pasó desapercibido a nivel nacional tras el primer debate llevado a cabo fue el pésame hacia los jóvenes asesinados y la condena unánime de todos los candidatos ante este crimen, excepto uno: Andrés Manuel López Obrador.
El silencio que el eterno suspirante ha mantenido respecto al crimen organizado no es novedad para quienes tienen memoria: más allá del auge que este tuvo bajo su gestión como jefe de Gobierno,—donde permitió junto con Ebrard que se linchara y quemara vivos a agentes federales que investigaban el narcotráfico en Tláhuac—aún se recuerda su respuesta al atentado con bombas contra quienes celebraban el 15 de septiembre de 2008 en Morelia, sin condenar el ataque ni a los atacantes.
Este silencio continuo resuena con sospecha por parte de quien ofrece amnistía y premio a los victimarios mientras se olvida por completo de las víctimas en lo que pretende vender como “proyecto de nación”.
Pero la peor parte se la llevan sus feligreses, para quienes todos son “culpables” de este crimen atroz (la mafia del poder, el ejército, el INE y los “pirruris”)… excepto el responsable directo (un rapero de baja estofa, contratado por un Cártel para deshacerse de los jóvenes).
