Lo que fue tragedia nacional la semana pasada, seguirá siendo noticia hasta las elecciones norteamericanas del próximo año.
Gracias a la actitud irresponsable del gobierno federal, se incrementarán las exportaciones forzosas y onerosas hacia México en el sector agrícola, mismo que se encuentra en completa desventaja, en perjuicio de nuestros productores y campesinos.
Aun y cuando en el 2013 se logró revertir la tendencia negativa del superávit comercial agroalimentario en el país, ahora las exportaciones agrícolas provenientes de Estados Unidos aumentarán ante las represalias económicas del presidente Donald Trump, obligándonos no solo a contener y alimentar a migrantes ilegales—a costa de los impuestos de quienes sí trabajan—sino también a resignarnos a comprar a sobreprecio (solo Dios sabrá por cuanto tiempo) productos agrícolas estadounidenses; dejando de lado no solo la utópica soberanía alimentaria que el presidente prometía en sus ocurrencias mañaneras, sino cualquier posibilidad de Soberanía con mayúsculas: poniendo a los mexicanos entre la espada del Foro de Sao Paulo y la pared del gobierno de Washington, a cuyo inquilino en la Casa Blanca se le acaba de regalar la reelección para el 2020, por cortesía de nuestro inquilino en Palacio nacional.
Por desgracia, lo anterior no nos es ajeno como experiencia a los mexicanos pues ya desde el siglo XIX conocimos lo que implica firmar tratados y acuerdos vergonzosos o a perpetuidad, típicos del juarismo entreguista (desde el Tratado Mclane-Ocampo hasta el de Bucareli) con el vecino país del norte.
Sin embargo, lo peor en este caso radica en que ante la amenaza del más fuerte esto sea solo el principio de una serie de acuerdos más peligrosos por venir, como fueron en su momento el Protocolo Churchwell (en 1857) , el Tratado Corwin-Doblado (donde Juárez entregaba a sus amos en Washington más del 80% del país en territorios baldíos a cambio de 30 millones de pesos en 1862), el Wyke-Zamacona (donde cedía a Inglaterra los ingresos de todas las aduanas y puertos de México el mismo año), el Iglesias-Leese (donde vendía toda la Baja California al gobierno de los Estados Unidos en 1864), o los no menos infames Carvajal-Woodhouse y Carvajal-Coorlies (que entregaba a cambio de no más de 15 millones de pesos los Estados de Tamaulipas y San Luís Potosí, nuevamente a la nación de las barras y las estrellas) en 1865.