Cuando Molière escribió El enfermo imaginario, pretendía llevar a escena una comedia compuesta para escarnio de una sociedad hipocondriaca, capaz de dar vida a males imaginarios como si fueran reales.
En México, algo similar sucedió tras la entrevista hecha por Notivox a Andrés Manuel López Obrador, pues los feligreses del líder político empezaron a vender una versión distorsionada de la realidad—de una entrevista de tres horas—con todo y memes, donde su candidato “había ganado el debate”.
En primer lugar queda claro que una entrevista no es debate y que salvo los seis entrevistadores, pocos fuimos lo suficientemente masoquistas como para ver la entrevista completa; y segundo, que los seguidores de AMLO no la vieron.
La entrevista se redujo a un monólogo donde quien lleva 18 años en campaña demostró que nada ha aprendido en este tiempo: decantándose en generalizaciones, evasivas y los mismos lugares comunes (como la autoencuesta de internet donde se autocalificó como “el mejor alcalde del mundo”) que estuvieron a punto de hacer estallar la carcajada en el rostro de los entrevistadores (quienes sufrieron visiblemente por contener la risa).
Rechazando la autocrítica y manifestando, según sus propias palabras, desconfianza y desprecio por la Sociedad Civil, le faltó contundencia a Jesús Silva-Herzog Márquez y a Héctor Aguilar Camín para atajar las ocurrencias y divagaciones del entrevistado (quizá por lástima, mesura o perplejidad ante tanta barbarie).
Luego vino el dueto de la demagogia; algo muy fácil de responder tomando en cuenta el mismo nivel de la entrevistadora y el entrevistado cuando Azucena Uresti cuestionó directamente su postura sobre el aborto y el llamado “matrimonio igualitario” que según ella son “derechos humanos,”—lo cual es falso—a lo que el desconfiado de la Sociedad Civil terminó apelando a consultar a la misma Sociedad Civil mediante plebiscito.
El único fastidiado ante tanta patraña era Carlos Marín, quien lo veía y cuestionaba como el patrón obligado a escuchar al empleado faltista o inepto, dando muy malas excusas al jefe.
Y al final de la entrevista completa, uno no deja de sorprenderse de los seguidores de Andrés Manuel, al igual que de los personajes de El enfermo imaginario pero a la inversa: creyéndose sanos y lúcidos; viviendo una realidad alterna desde el autoengaño.