En medio del vertiginoso avance en la información digital, nos encontramos navegando por un mar de distracciones convertidas en notificaciones de TikTok, X, Facebook e Instagram, que amenaza con socavar nuestra capacidad de concentración y nuestra conexión con el mundo que nos rodea.
Las nuevas generaciones, aquellas que se sienten atrapadas en la telaraña de los dispositivos electrónicos, revelan la adicción al reconocimiento inmediato, al like; la constante tentación de revisar correos electrónicos y redes sociales, y la dificultad para sumergirse en la lectura son solo algunos de los síntomas de lo que se ha denominado “esclavitud digital”.
El paso de la pandemia en 2020 exacerbó esta situación, obligándonos a depender aún más de la tecnología para mantenernos conectados en un mundo cada vez más aislado. ¿A qué costo? ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestra capacidad de concentración y nuestro bienestar mental en aras de la gratificación instantánea que ofrecen los dispositivos digitales?
Hay una tendencia creciente, especialmente entre los jóvenes, a favor del contenido digital corto y visualmente atractivo, por eso un jingle es tan efectivo y por ello algunos, no todos, piensan que una palabra repetida tantas veces como sea posible conectará con los votantes y habrá presidentes o municipales debido a ello.
Quizá estamos a tiempo de reflexionar sobre el impacto que esta era digital está teniendo en nuestras vidas y en nuestra sociedad. La falta de atención a esta problemática por parte de los líderes políticos es preocupante. En un momento en el que nuestras vidas están cada vez más mediadas por la tecnología, es fundamental que quienes aspiran a gobernar tanto a nivel estatal como nacional tengan propuestas concretas para abordar este desafío.
En el ámbito político, la falta de atención a este tema plantea interrogantes sobre la transparencia y la participación ciudadana. En un mundo donde gran parte del debate político se desarrolla en línea, es fundamental garantizar que todos los ciudadanos tengan acceso equitativo a la información y la oportunidad de participar en el proceso democrático. Sin embargo, la creciente dependencia de los dispositivos electrónicos puede excluir a aquellos que no tienen acceso a internet o que no tienen las habilidades digitales necesarias para participar plenamente en la vida pública.
Facebook revolucionó la interacción en línea con la introducción del botón de “me gusta”, representado inicialmente por un simple pulgar hacia arriba. En 2015, Twitter cambió su icono a un corazón, mientras que Instagram y TikTok optaron desde sus inicios por este símbolo universal del afecto.
Inicialmente, un like podía significar simplemente un reconocimiento de visualización, pero gradualmente se ha transformado en una frenética competencia por acumular aprobaciones no solo de amigos y familiares, sino también de completos desconocidos. Esta búsqueda puede llevar a los usuarios a comprar seguidores y likes en un intento de aparentar popularidad, una estrategia que a veces funciona sorprendentemente bien, dado que las cuentas con grandes cantidades de seguidores tienden a atraer aún más bajo la percepción de que deben ser interesantes.
Es fundamental que los líderes políticos den ejemplo en este sentido, limitando su propia exposición a los dispositivos digitales y fomentando un ambiente propicio para la concentración y el pensamiento crítico en la sociedad en su conjunto.
Si casi no alcanzamos a pensar por nosotros mismos, si ansiamos el reconocimiento de un like más que un abrazo y no memorizamos la información más simple, ¿hacia dónde estamos evolucionando? Mejor cuídese, coma sano y haga ejercicio, que dentro de una década, el médico que diagnostique una enfermedad podría ser a través de ChatGPT.