Vivimos tiempos en los que impera la creencia de que desde que se nace hasta que se muere se tiene que vivir bajo un sistema de pensamiento heredado: religioso, moral, jurídico, político, etc., el que nadie tiene derecho a cuestionar; ¡ah, pero eso sí!, pocos resisten la tentación de querer imponer a otros sus creencias y convicciones.
Ya lo advirtió el filósofo alemán Hans Georg Gadamer (1900-2002), no obstante que el hombre es el único ser racional dotado de lenguaje, lo que implica que todos, hombres y mujeres, poseemos capacidad de diálogo, vivimos en la era de la monologización de la sociedad, y, como consecuencia, de la huida del diálogo de todas partes: la familia, el salón de clase, el parlamento, la Iglesia…
Cómo no se ha de tener miedo a la verdad si desde niños se nos enseña a anatematizar la discusión, una de las formas del diálogo. Debería ser al revés, enseñándoles que papá y mamá resuelven sus controversias discutiendo, y que discutir no es pelear.
Para Gadamer, la única verdad aceptable es la que surge de un diálogo racional; y hay diálogo racional cuando hay preguntas y respuestas sobre algo con orientación y sentido; de ahí que huir del diálogo es huir, por miedo, de la verdad.
Hoy día, la rapidez de las comunicaciones en forma de monólogo acorta las distancias, es aplastante; es muy difícil procesar los datos para convertirlos en información; igualmente lo es procesar la información para convertirla en conocimiento. Las redes sociales son la negación del diálogo y, a la vez, cuna de las agresiones y descalificaciones de todo tipo.
Cualquier persona puede desde Facebook, Messenger, Twitter, o cualquier otra plataforma, disparar sin ton ni son sus verdades, bendiciones o monsergas de convicciones y creencias; pero pocos, muy pocos están dispuestos a entablar un verdadero diálogo en el que es posible que todos aprendamos de todos; al fin y al cabo, para imponer una verdad desde el WhatsApp, es la amenaza de eliminación del grupo.