Como para mí la política no es cuestión de simpatías o conveniencias, ni de amores o desamores, sino de aquello que afecta para bien o para mal la vida social, procuro analizar los sucesos haciendo a un lado filias y aversiones. Que lo logre es diferente y, sin duda, frecuentemente no lo consigo.
Consciente de ello, le digo a usted que al analizar el estilo personal de gobernar del presidente López Obrador —y reconociendo la validez de muchos de sus deseos expresados— coincido con los que afirman que su verdadero enemigo es López Obrador.
Nada fácil le fue llegar a donde está y ahora advierte que lo suyo no es gobernar en el sentido democrático de la expresión; lo de él es imponerse a todos y a todo, incluida la realidad. Por eso su desenfreno verbal, sus decisiones irracionales y costosas, su agresividad injuriosa, sus constantes violaciones a la ley y su compulsión para mentir.
Su naturaleza le impide mutar de “luchador social” empedernido a sereno y sensato hombre de Estado. Eso explica que el viejo “activista” no permita espacio al gobernante. Su astucia le basta; la reflexión y los consejos le quitan tiempo; lo importante es no dejar piedra sobre piedra; lo urgente es hacer y hacer… aunque se haga a la trompa talega. Su bondad, que no le cabe en el cuerpo, todo lo justifica, y la eternidad lo espera con guirnaldas junto a sus héroes consentidos.
Al decir que “ahora el pueblo es el que manda”, no miente, porque él es apoderado, defensor, vocero, intérprete, siervo y encarnación del pueblo. Por eso repite desafiante: “me canso ganso”; por eso responde chocarrero: “lo que diga mi dedito”. ¡Chulada de presidente!
Cuando dice tener “otros datos” (que no se corresponden siquiera con los de sus cercanos colaboradores) nos habla de “realidades” que solo están en su cerebro. Eso sí es un peligro para la Nación.
Su capacidad de engaño es magistral. Van dos ejemplos:
1) La liberación de Ovidio en Culiacán, que fue una derrota total para el Estado, terminó siendo un acto humanitario del señor Presidente.
2) La frustrada venta del avión presidencial (sí, con lujos ofensivos para la Nación) implicó gastos millonarios por tenerlo un año en EU, y su futura enajenación representará fatalmente un quebranto por aproximadamente 100 millones de dólares (2 mil millones de pesos). ¿Qué hacer? ¿Cómo tapar las pérdidas producidas por la precipitación y el capricho? Muy sencillo: que “el pueblo bueno y sabio” con “cachitos” de lotería cubra el desfalco. Habrá un agraciado y 6 millones de ponedores. Eso sí, veremos a un presidente, exultante, entregando el monstruo a un campesino, a una ama de casa, a un extranjero, a un fifí, sabe Dios a quién; pero todo desde el principio se habrá hecho sin el más mínimo error, todo así fue planeado desde Palacio ¡Viva México!