Veremos si el cielo un soldado en cada hijo le dio, porque México entra abruptamente a una gran pérdida de vidas humanas y a una devastación económica que acarreará convulsiones políticas y sociales de grandes proporciones.
Esta tragedia pone a prueba la valía de cada ciudadano, porque el “yo” debe ceder ante el “nosotros”. El miedo que impide cumplir el deber, y el rencor que justifica el no dar, son harapos que envilecen al individuo y a la sociedad.
Recordemos al Manco de Lepanto: “El soldado más bien se ve muerto en batalla que libre en la fuga”.
Pero la crisis nacional se agrava porque México no es un país dado a razonar en la unidad, ni a luchar como nación. Por quítame estas pajas nos preguntamos: ¿a quién hay que matar?
Y a nuestra idiosincracia, proclive a la confrontación irracional, sumemos cómo ejerce el poder Andrés Manuel López Obrador.
Nadie, por limitado que sea, puede dudar de que el Presidente de México llegará al último día de su gobierno tal como es y ha sido: sin asumir que otros puedan tener razón en algún asunto, momento o circunstancia. Lo veremos, hasta el último aliento de su vida, esparciendo simultáneamente homilías “cristianas” y cizaña “diabólica” (uso su expresión recurrente). Así ha sido en su largo derrotero y ha logrado sus propósitos personales. Continuará pasando, con prisa y sin pausa, del sermón sacrosanto al vituperio pendenciero de arrabal, porque en esa ambivalencia se sabe ganador.
Bien advierte que la unidad nacional haría en él y su proyecto lo mismo que el jabón al coronavirus. Por eso el “fuchi...” y no recuerdo qué más, como lo definirá la historia.
La deseable unidad nacional es hoy por hoy una quimera, y debemos preguntarnos ¿qué sigue después de la pandemia y un gobierno patógeno y tropical?, ¿qué debemos hacer hoy para cuando ya sean historia la epidemia y el sexenio?
Están bien delimitados los campos para las partes: los que creen y confían en el Presidente, su deber es apoyarlo; quienes lo tenemos por incapaz y dañino, continuar denunciando sin miedo ni rencor lo que nos parezca nefasto, y fortalecer nuestras instituciones, trátese de los demás poderes, de los órganos autónomos, estados y municipios, organizaciones no gubernamentales, universidades, PARTIDOS POLÍTICOS, etcétera.
Algunos de buena fe insisten en buscar la unidad nacional, ahora imposible, y los ilusos también contribuyen involuntariamente al desastre. Si desde la cúspide del poder todo se dirige a la polarización social, porque en ella está su fuerza, y emplea los recursos del Estado para lograrla, es utópico hacer propuestas conciliatorias, que solo sirven para honrar a los analistas moderados que se colocan más allá del bien y del mal, mientras él destruye al país.
Cierto, todos haremos historia: apoyando, delirando o resistiendo constructivamente.