Un personaje interesante del teatro político mexicano actual es Emilio Lozoya. Para corroborarlo basta leer el libro sobre él de Mario Maldonado, uno de los periodistas de temas económicos más serios y respetados del país.
Lozoya, el traidor (Planeta, 2021) es un retrato biográfico que ayuda a entender la maraña de intereses, pasiones y venganzas alrededor del grupo más cercano al anterior presidente mexicano, Enrique Peña Nieto. Así es como nos enteramos de que el ex director de Pemex tenía una intensa vida viajera por México, EU, Rusia y Emiratos Árabes en aviones de la compañía paraestatal. Aviones que a veces, explica Maldonado, llevaban también como pasajeros a las nanas, chefs, sommeliers y asistentes personales del hoy testigo colaborador de la FGR.
Datos como el de que Lozoya aterrizó con el helicóptero oficial en 54 ocasiones en la Torre de Grupo Acerero del Norte (GAN) de Campos Elíseos, posiblemente para visitar al dueño de la misma, Alonso Ancira, igualmente acusado de corrupción, pero hoy libre luego de llegar también a un acuerdo con las autoridades.
Anécdotas continuas sobre vuelos del avión de Pemex para reventones en Cancún y Playa del Carmen, pero que eran reportados como si fueran visitas laborales a las instalaciones petroleras de Ciudad del Carmen, Campeche, o el traslado de invitados especiales de Ciudad de México a festividades en la residencia familiar en Zihuatanejo, paseos de shopping a Houston y visitas esporádicas a los Hamptons en NY.
Impresiona mucho la vida en el aire de Lozoya. Maldonado reporta en su libro que solo en 2015, Lozoya se trasladó en 727 ocasiones desde su casa en Cuajimalpa hasta la Torre Pemex. Quizá por eso no es desconcertante leer que el presupuesto de combustible de aviones y helicópteros de Pemex contemplado para tres años quedó agotado en solo seis meses.
Aunque la vida terrestre también podría ser motivo de un estudio (Lozoya ordenó en su momento la compra de 41 camionetas Land Rover blindadas), me intriga entender el significado de esta tremenda obsesión por el aire. Esto, más allá de que dicha manía haya sido realizada a costa del erario.
También me intriga que su supuesta fuga de México sea un asunto más terrestre que aéreo, pero de eso comentaré después.
Diego Enrique Osorno