Durante los ataques de marzo de 2011, Olga Saucedo, junto con otras mujeres de Allende, trabajaba pantalones y overoles de mezclilla en la maquiladora de la famosa marca vaquera Wrangler instalada en el pueblo.
La obrera llamaba con regularidad a sus hijos para saber si estaban bien resguardados en la casa. Ninguno padeció la violencia de esos días feroces de primavera. Fue hasta el invierno de ese mismo año cuando viviría la tragedia que le cambió la vida.
El domingo 18 de diciembre de ese año, Olga tenía planeado ir a la celebración de la iglesia cristiana. Su hijo Diego, radicado en Piedras Negras, le dijo que viajaría a Allende para acompañarla. Cuando dieron las 11 de la noche, Olga se dio cuenta de que su hijo ya no llegaría.
A la mañana siguiente, el papá de su hijo le llamó para decirle que habían levantado a su hija Adanari en Piedras Negras. “Yo no entendía qué quería decir con eso de ‘levantado’, yo no estaba familiarizada con esa palabra hasta que me dice: ‘necesito que vengas a Piedras, porque Adanari desapareció’”.
Por un rato, Olga se bloqueó sin saber qué hacer. Más tarde fue a buscar a la suegra de su hija. Con ella llegó a la casa donde Adanari había sido secuestrada con su esposo y sus suegros. Se sentaron en una banca de la plaza frente a la casa. Al final se veía un foco prendido y una puerta ladeada por el comando que se había llevado a sus familiares.
Olga le pidió a uno de sus hijos que se metiera. “Le dije: métete a buscar a tu hermana. A lo mejor está tirada por ahí con un mal golpe”. Olga se lamenta de aquella indicación: “Yo no sabía en ese momento en qué peligro estaba metiendo a mi hijo”. Diego no encontró a Adanari ni ningún rastro de ella ni de ninguna otra persona. Después de ahí, Olga acudió a la sede del Ejército en Piedras Negras para pedirles que le ayudaran a buscar a su hija. “Les apunté la dirección y me dieron un número para que les marcara. Cuando le marco al comandante o agente, quién sabe quién sería, y le pregunto por mi hija, me dice que no sabe nada, que ya cerraron la puerta de la casa. Es todo lo que me dijo. Nunca más volví a tener comunicación con él. Nunca más pedí ayuda con el Ejército”.
Los días siguientes, Olga no dejó de llorar. Pasaba el tiempo viendo fotos de su hija en Facebook, pero un día, ya en Navidad, su otra hija la encaró: “llorando no vas a arreglar nada, ahí sentada no la vas a encontrar. Párate y búscala”. Olga dice que no tenía fuerza para nada, pero el mensaje de su otra hija se le quedó grabado y recibió el año nuevo de 2012 decidida a buscar a Adanari.

En Wrangler le dieron permiso para faltar mientras viajaba en su búsqueda. Además, los gerentes y obreros de la maquiladora hicieron una vaquita y se la dieron para apoyarla con las investigaciones personales. Olga viajó a Nuevo Laredo, Tamaulipas, el corazón de Los Zetas. Buscó a su hija en comandancias, hospitales, y bares. “Me metía a bares y veía a la muchacha que estaba bailando y me le quedaba viendo a ver si era mi hija. A la que tenían abrazada, a la que vendía la cerveza. Y así me la pasé buscándola en Laredo”. Esas noches Olga durmió en una oficina de la Central de Autobuses, donde había pegado fotos de Adanari con la esperanza de que algún viajero llegara y le diera la noticia que esperaba.
Después de haber regresado a su trabajo en la Wrangler, volvió a pedir permiso para ir ahora a Monterrey a continuar la búsqueda de su hija. Ahí anduvo en hospitales y en la Procuraduría, donde le practicaron el ADN para cotejarlo con algunos cuerpos. Para ese entonces, ya había pedido ayuda al alcalde de Allende, Sergio Lozano, quien le respondió que no tenía tiempo de atenderla. “Me lo dijo de espaldas, ni siquiera me volteó a ver. Estaba partiendo un pastel, en eso estaba ocupado. No sabía ni en qué no me podía apoyar”.
Olga tampoco recibió mucho apoyo del papá de su hija, ya que él le había dicho que tenía otra familia que cuidar. “Que no iba a andar conmigo en el palacio de justicia porque saliendo de ahí me iban a balacear”. La mamá de Adanari dice que nunca ha tenido miedo por lo que le sucedió a su hija. “¿Y por qué me iban a balacear? Si yo no ando buscando nada malo, ando buscando a mi hija que no le hizo daño a nadie. Yo decía que no le debía nada a nadie para tener miedo”.
Según las investigaciones oficiales, lo que sucedió con Adanari fue que el 18 de diciembre de 2011, la hija de Olga, así como otras 32 personas, fueron desaparecidas en Piedras Negras. Entre los identificados están Juan Antonio Villa de Hoyos, Roxana Ruiz Rodríguez, Pedro Fernando Villa Ruiz, Juanita Rodríguez Martínez, José Alfredo Ruiz Rodríguez, Margarito Zertuche Escalera y Adanari Reyna Saucedo.
Como responsables fueron señalados Los Zetas, en específico David Alejandro Loreto Mejorado, El Enano; Santiago Peralta García, El Moco; Ramón Burciaga Magallanes, El Maga; y Manuel Elguezabal Hernández, El Vaquero.
Adanari, junto con su esposo y la familia de éste, habrían sido llevados esa noche al interior del Centro de Readaptación Social de Piedras Negras, una institución del estado que estaba bajo completo control de Los Zetas, a golpe de sobornos y del asesinato de los funcionarios al mando de la misma. Los reportes indican que este autogobierno inició en 2009 pero en 2011 llegó a su máximo extremo, al convertirse en un lugar en el que los miembros de la banda no solo tenían la libertad de salir a las calles de Piedras Negras y otros pueblos de la región, sino que solían regresar con personas detenidas a las que torturaban, asesinaban e incineraban clandestinamente dentro de la supuesta prisión, que en realidad era un campo de operaciones criminales.
CONTINUARÁ…
El lugar donde se arrastran las serpientes/ capítulo V