Cada vez que se habla de desinformación y cómo ésta se cuela desde las redes sociales a los medios de comunicación, se confirma la responsabilidad que tenemos los periodistas en ser más rigurosos en nuestros procesos de trabajo.
Es cada vez más la gente que acude a estas plataformas para mantenerse informada de lo que sucede en la actualidad y la competencia que esto genera para los medios tradicionales, los lleva continuamente a replicar los mismos esquemas, errores incluidos. Tenemos un ciudadano hiperinformado y desconfiado.
Como nunca antes, no solo los periodistas, sino los ciudadanos cuentan con acceso a una enorme cantidad de información; de fuentes y datos, pero no cuentan, al menos no todos, con la capacitación para interpretarlos y contextualizarlos.
Ahí es donde los periodistas debemos hacer la diferencia. Una vez que hemos perdido el predominio de la información, incluso de la difusión, tenemos que poner cada vez más énfasis en la verificación de las fuentes, la explicación de los procesos, porque en la medida que los ciudadanos se encuentran con una afluencia de datos cada vez más grande, tienen mayor necesidad de fuentes identificables dedicadas a verificar esa información.
Pero, y aquí viene el gran pero, se tiene que discutir sobre la responsabilidad del lector, de lo que puede hacer para no caer en la información falsa, y sobre todo a no replicarla.
Las recomendaciones para no caer víctima de la desinformación comienzan con tener un acercamiento crítico a la nota; aprender a distinguir una información real, si algo parece muy increíble para ser cierto seguramente no lo es.
También se puede revisar el dominio de la página; si la nota solo está en un solo medio es probable que no sea real. La redacción también puede ser una buena pista, no solo si está mal, sino también lo que intenta decir, de qué quiere convencer. Y sobre todo nunca compartir algo por si acaso, la cadena de desinformación termina con unos segundos de reflexión.
Twitter:@dameluna