En mi memoria conservo aún ese recuerdo, la primera ocasión en que mi padre me llevó a una función de lucha libre.
Tenía, creo yo, unos ocho años. No fuimos solos, nos acompañaron dos de mis primos.
Recuerdo que tomamos unas veredas para llegar al municipio en donde se realizaría la función. Mi padre dice que nos fuimos por la carretera.
A mi memoria escapa el cartel y los luchadores de la función. Solo recuerdo que fue en un auditorio municipal.
El ring frente a mí era enorme para mi edad y alrededor del cuadrilátero estaban las sillas para los aficionados.
De acuerdo con mi padre en uno de los encuentros un luchador cayó al suelo y fue a dar hasta nuestras sillas, aunque no recuerda si fue a mí o a uno de mis primos a quien rápidamente hizo a un lado que para el luchador no le pegara con el movimiento de la caída.
La lucha libre es un deporte espectáculo pero también de entretenimiento. Cuenta mi padre que uno de los luchadores tomó la bicicleta de uno de mis primos y comenzó a dar vuelvas en el auditorio.
Debió ser un momento en que los aficionados rieron al ver la escena. Tras ello mi primo se quedó cerca de su bicicleta para que la escena no se volviera a repetir.
No recuerdo más, pero fue la primera función de lucha libre a la que mi padre me llevó de niño.
Mucho antes de que yo naciera mi padre ya era aficionado a la lucha libre. Cuenta mi madre que durante su embarazo, mi padre y ella, pasaban maratónicas jornadas los domingos viendo la lucha libre por televisión.
Los grandes ídolos de mi padre fueron los Dinamita, Cien Caras, Universo 2000, Máscara Año 2000 y el Perro Aguayo.
No solo era aficionado al deporte, también fue un fiel lector de la revista de lucha libre Espectacular. Conservaba una revista en donde venía un poster del gran Perro Aguayo que desafortunadamente desapareció.
Tiempo después me enteré que uno de mis tíos tomaba las revistas de mi padre para venderlas a un amigo.
En el boom de la lucha libre en los años 90 mi padre me regaló dos máscaras de luchadores que marcaron una época.
Una era la máscara de Konan, el bárbaro. Era una máscara dorada con listones azules que no supe dónde quedó. La otra era una máscara de Atlantis, el ídolo de los niños. Ambas formaron parte de mi infancia.
Una de las herencias más importantes que me ha legado mi padre, después de brindarme una carrera universitaria, es el gusto por la lucha libre.
Al igual que él no me perdía las funciones por televisión, compré por mucho tiempo la revista Súper Luchas, tengo varias máscaras y una gran colección de posters de luchadores.
Incluso esa herencia por el gusto a la lucha libre trascendió al tener la oportunidad de escribir sobre el deporte espectáculo a través de esta columna. Hoy se festeja el del Día del Padre y no me queda más que decirte: gracias por todo papá.
Feliz día.
Twitter: @cuachara27