Ya son días de fiesta, de tranquilidad y de ese ambiente familiar y que a todos llena de gozo. A mí no tanto. Debo decir, respetable lector, que la navidad y el año nuevo nunca han sido de mi total agrado. El materialismo y ese dejo de hipócrita hermandad no son lo mío.
Sin embargo hay algo que extraño. Yo crecí en barrio bravo en León, donde las peleas entre pandillas, venta de droga y asaltos no faltaban, fui feliz; durante las temporadas navideñas las posadas no faltaban, incluso cerraban las calles —tal vez sin permiso— para romperla piñata; regalaban ponche con el que hacíamos dragones, le explico: pone a calentar cera de vela en una ficha, cuando esté completamente derretida, le escupe el ponche caliente, lo que provoca que, a manera de lanza fuego, llamas suban, con peligro de quemarse el hocico.
Pelearse por dulces y, en mi caso, ser regañado y pellizcado por unan señora que cada que la veo en la actualidad trato de ponerle el pie para que se caiga. Éramos felices. Ahora no podría ser más diferente, la violencia en la que se ha sumergido el estado ha cambiado todo el panorama.
¿Por qué hablo de esto? ¿Por qué abordarlo desde aquí?
Se hablan de cifras, tantos muertos en Irapuato, tantos en León, Celaya, Los Apaseos, la implementación de una estrategia que nunca se ve, llegan militares, van y vienen mandos, pero nunca nos hablas de lo que la violencia y el crimen nos ha arrebatado. Nos quitó hasta las pinchurrientas posadas de barrio, la tranquilidad de ir a beber a una cantina, de caminar por las noches sin temor a balaceras y ejecuciones; ir a por tacos es una actividad digna de Rambo.
La situación del estado ha pegado en la cotidianidad de los ciudadanos, y aunque por lo pronto las el número de víctimas inocentes no es tan elevado, eso no disminuye el peligro, a la vuelta de la esquina pueden estar ejecutando a alguien, el vecino puede estar vendiendo huachicol o cristal, sin que podamos hacer mucho.
Es trillado decir que es una navidad roja, pero lo es, no recuerdo un año más violento en nuestra nueva Suiza, con políticas y políticos que poco han hecho por la seguridad, con criminales dueños de municipios, donde los funcionarios viven amenazados por el crimen organizado y van a trabajar, todos los días, sin saber si será el último. A este bello panorama debemos añadir el «desarrollo» industrial del estado, la joya de la corona panista, que se ve en pocos municipios, la industria y sus beneficios no llega a todos lados, pregunten a Xichú, Atarjea, San Felipe, etcétera, etcétera. Hay sitios donde no pega la luz de la economía.
También, y antes de arruinarle su cena llena de paz, están las mineras canadienses, pocos hablan de ellas, son esos monstruos silenciosos que poco a poco han ido contaminando tierras, explotando trabajadores y dejando pueblos fantasma a su paso, ¿quién las regula?, ¿alguien sabe cómo se manejan en territorio nacional?, o ¿simplemente debemos aceptar que es lo que nos toca y debemos aceptarlo?
Son muchos temas, dejando de lado otros, los que debemos reconsiderar, voltear a ver, mientras se come las doce jugosas y dulces uvas. Feliz Navidad, señoras y señores. Espero lo pasen mal; perdón, quise escribir: espero no la pasen mal.
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("Aquí va un villancico")
- Hacha y machete
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Cruz Amador
León /