Cultura

El lunar de María

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  • Celeste Ramírez

Cada ocho de abril llega la cita para recordar a uno de los rostros más representativos del cine mexicano.

El destino jugó con este día: en 1914 en Álamo, Sonora nació y en 2002 en la ciudad de México falleció la actriz María Félix, rostro emblemático e inolvidable.

Al igual que muchas de las estrellas del cine nacional, María Félix representa a ese México nostálgico construido en blanco y negro.

Tuvo una vida —y fama— de celebridad internacional, y esa imagen construida y perfilada en la elegancia y sofisticación. Hasta la fecha este país ha sido partícipe de la vida y obra de este genial mito que el pintor Diego Rivera describió como “un ser monstruosamente perfecto” y el poeta Octavio Paz afirmó que "María nació dos veces: sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma".

Figura icónica para el periodismo del corazón mexicano. Lejos del celuloide, la vida de María —riqueza y romances, viajes, conexiones, presencia, fiestas— era capturada por los reporteros para alimentar su estatus de estrella. Reseñas difundidas en los segmentos de noticias o cortometrajes noticiosos que se trasmitían en los cines del siglo pasado, para las secciones de espectáculos de los matutinos o para las revistas femeninas.

Mujer de cine y de grandes amores — Agustín Lara, Alex Berger y Antoine Tzapoff—, como una película más, el público nacional contempló y suspiró con la transmisión del enlace nupcial de María Félix con el inolvidable Jorge Negrete. Y tiempo después, la audiencia lloró por el funeral del charro cantor.

María recibiendo flores de bienvenida en el aeropuerto; posando junto a su caballo triunfador en el hipódromo. O, en una tarde de toros en la Plaza México. Su casa en Polanco (“(...) así anda de aquí para allá, sabiéndose bella”, Mi casa soy yo, Vicente Leñero); el departamento en París, la cama de plata diseñada por Diego Rivera o cuando recibía condecoraciones o degustaba un chocolate espeso en la más famosa y tradicional confitería del París histórico.

Ella perfectamente ataviada con ropa de diseñador europeo, elegantísima con gabardina con forro de cibelina, lentes oscuros y peinado esplendoroso de su cabellera negra, siempre enjoyada por Cartier y con un inseparable cigarrillo.

“Su lápiz de cejas. Su sombra de párpados. Sus pestañas postizas. El lunar del pómulo. El carmín de los labios. El brazalete hindú, la serpiente de oro”. (Zona sagrada, Carlos Fuentes, París, 1966).

María, estrella de los mil retratos.

Celeste Ramírez


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