Ser joven y vivir en México implica grandes retos. Hoy como nunca, la juventud mexicana debe tomar en sus manos la construcción de su ciudadanía y, entre todas y todos, debemos impulsarlo y lograrlo cuanto antes, reconociendo sus derechos y allanando el camino para que estos sean efectivos y la base del bien de la vida individual y colectiva de este país.
De acuerdo con el censo 2020 del INEGI, en México hay 38 millones 247 mil 958 personas de 0 a 17 años, de las cuales 50.7% son varones y 49.3% mujeres, que representan poco menos de la tercera parte de la población del país; son niñas, niños y adolescentes que deben ser protegidos de la indiferencia y la inacción ante el abuso y la violencia que viven cotidianamente. Me refiero a que, por ejemplo, 2.1 millones de niñas y niños de entre 5 y 17 años realizan trabajos no permitidos y muchos de ellos son víctimas de las peores formas de trabajo infantil, así como de la normalización del abuso sexual, del matrimonio infantil y de la violencia en general. Quien permanezca impasible ante esto no puede decirse persona humana.
Al mismo tiempo, las y los jóvenes de 18 a 25 años no son escuchados ni tomados en cuenta más allá de su “valor” como seres consumidores. Ellos deben ser animados a expresarse y contar con un respaldo real más allá del discurso y de programas sociales que no hacen sino paliar su derecho a realizar un proyecto de vida en el que la independencia económica y la preparación académica y profesional son indispensables. Este sector poblacional también ha sido avasallado por los efectos de la pandemia de COVID-19, que además de la enfermedad misma, les trajo orfandad, estudios truncos, desempleo, embarazos no deseados, pobreza, más violencia en casa y, sobre todo, desaliento e incertidumbre.
Si bien no cabe generalizar, es cierto que tenemos una gran cantidad de mujeres y hombres jóvenes expuestos a la vorágine de la realidad actual. Somos los adultos quienes debemos asumir el deber de darles certeza, confianza, tranquilidad y expectativas de vida, una vida con igualdad, inclusión, justicia y prosperidad.
Es por la juventud mexicana que debemos hacer a un lado la noción vertical del poder y ocuparnos realmente de su situación para que puedan ejercer a plenitud sus derechos, tener aspiraciones y que su potencial y talento sean motor para el desarrollo humano, social y económico.
En el cultivo y en la protección de las juventudes está la verdadera fuerza de este país. No lo olvidemos. Construyamos nuevos escenarios de expresión, de diálogo y acción para la juventud, solo de esta forma podremos mantener en pie nuestra democracia, sólo así prevalecerá su objetivo básico que es el mayor bien para el mayor número de ciudadanos y ciudadanas. Hagamos todo para tener jóvenes en acción, felices y forjadores del futuro justo e igualitario que merecen.
Carolina Monroy