Política

Decencia y humildad

En ocasiones anteriores he sostenido que la familia es el origen de los problemas sociales pero también de sus soluciones, porque es en ella donde las personas reciben la educación que se requiere para vivir y convivir.

Me refiero a la educación que forma integralmente a las personas con base en los valores éticos que dan sustento moral y cimiento racional a la vida de la gente de bien.

La honestidad, la modestia, el decoro, la rectitud y la honradez caben en una sola palabra: decencia, esa dignidad que se tiene en los actos y en las palabras y que acaba definiendo la calidad de las personas; recordemos que no se nace con la virtud de la decencia sino que resulta de un afán personal de cultivarla.

También se espera congruencia de quien es decente y que, por tanto, proceda con límites y mesura, en conciencia del entorno y de lo que personalmente se es. Me pregunto ¿cuándo la aspiración de actuar de esta forma dejó de ser tema en la enseñanza en casa y en la escuela?

¿Cómo sin decencia se pretendería una vida en paz, una vida digna o justa? Si no ofrecemos respeto difícilmente lo recibiremos, si no hay honradez no habrá confianza, sin confianza poco o nada queda, ni en la familia, ni en el ámbito laboral ni en la sociedad, acaso encono, desaliento.

Ser una persona decente es ser alguien en quien se puede confiar, alguien capaz de reconocer la dignidad de los demás, de actuar con compasión y solidaridad, de brindar apoyo, calidez, comprensión y amistad con el firme compromiso de no fallar, aun frente a las más duras dificultades.

Quien es decente no hace leña del árbol caído ni se regodea de las fallas de los otros; ve siempre la forma de ayudar y actúa con tolerancia, empatía y respeto.

La decencia no es un tema de etiqueta, sino de moral. Las personas decentes escuchan, no imponen sus ideas ni desprecian las que no comparten, dan y reciben constructivamente aportando lo que pueda fortalecer a los demás.

No hablo de perfección sino de la aspiración de ser personas decentes, abiertas y dispuestas a actuar con verdad, a saber siempre un poco más, a enseñar, a perdonar, conscientes de que los errores son eso, errores, y que en la enmienda siempre puede haber redención.

Si la decencia es regla de oro para la vida, la otra es la humildad y ambas debieran enseñarse a las nuevas generaciones como se les da el pan de cada día. Dejo en claro estas palabras citando al filósofo Confucio: “¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir.”

Carolina Monroy

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