Cultura

Todo está en la experiencia

El negocio es el negocio y se enfatiza asegurando que “si un peso no da uno veinte no es peso”. Durante muchos años, astutamente, se dividió negocio y arte. Se denostaba al arte diciendo que hacer arte no daba de comer, “¿de qué vas a vivir?”, decían los padres ante la tozudez de sus hijos que querían ser artistas. Salvo aquellos que se volvieron serviles a los Señores de la Universidad, nadie hizo dinero con el arte. Aunque en realidad ni los sirvientes lo hicieron. Sólo sacaron su tajada por cubrir las fechorías de sus patronos. El arte no es negocio; no lo era hasta que aparecieron esos malditos trapaceros engañabobos. Los sirvientes hicieron lo que les indicaron y se hizo el negocio, y el negocio era hacer negocio aquello que no lo era en sí mismo. “Confianza en el anteojo, no en el ojo”, dijo César Vallejo en uno de sus poemas; aceptar lo falso como verdadero, lo artificial como natural, según Joseph Roth: eso era todo. La publicación de libros es u negocio. El negocio de los libros es la venta, no la lectura. El boom literario ocurrió en los años 70, cuando la literatura europea había llegado a un callejón sin salida. Kafka, Proust y Joyce le dieron en la madre al negocio de los libros de ficción, y los libros de ciencia se habían especializado de manera incomprensible. Desde la Teoría de la Relatividad, incomprensible para el hombre común, los quartz y todo ese magma de ideas que querían demostrar la existencia de Dios more scientificarorum, hasta la fantasiosa idea de la Teoría de las Cuerdas, dejaban afuera a toda persona sin preparación científica; en cambio, la literatura latinoamericana presentaba un mundo que nadie conocía, que tenía la virtud de abrir un camino no explorado, el submundo de los colonizados que con su imaginario derribaron el muro del callejón sin salida kafkaproustjoyceano, que ni Beckett ni los surrealistas pudieron echar abajo. Ya no se podía leer ciencia, metida en un callejón sin salida en razón de su especialización  su aspecto técnico, así que el negocio editorial se inclinó por la literatura  sabiéndolo o no, siguió la consigna de Hegel del arte como una forma de conocimiento. La literatura de los años 70, pues, se volvió una forma de conocimiento: leer novelas, cuentos, poemas y obras de teatro dejarían en el lector un conocimiento único de la sensibilidad particular del autor del texto literario, y de sí mismos, ante el espejo de la obra literaria. Así se acrecentó el negocio de las publicaciones. La burguesía editorial tuvo sus sirvientes, que opuso a los autores que tenían originalidad. García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Carpentier, Lezama Lima fueron los abanderados del boom latinoamericano. Tras ellos hubo otros sirvientes del mercado editorial, Borges, Paz, otros todavía menores, los exiliados en México, y los diasporados de la capital por el cacique literario nacional. De igual manera que la literatura europea, la literatura latinoamericana llegó a su fin, aunque la experiencia editorial adquirida durante estos años movió la brújula elevando a obra de arte toda la literatura banal.  Así como la evaluación educativa pasó del 6, como calificación mínima para aprobar, al 8, así la literatura de ficción promovida por las empresas editoriales tiene un valor de 6 cuando el mínimo de aprobación es de 8. De ahí la campaña de imposición de la lectura como base para el conocimiento en un medio en el que incluso las facultades de Letras redujeron la amplitud y profundidad de sus programas de estudio. La banalidad de las obras literarias muestra que los autores tienen mentalidad banal, irrelevante frente al objetivo editorial de crear la idea de que esa banalidad es el valor supremo en este momento histórico. Los valores estéticos fueron desplazados, pues, por los valores comerciales: el que vende es el mejor. Las empresas editoriales en el orbe de los trusts se apoderaron de las pequeñas editoriales y dieron lugar a los brókers que públicamente se reconocen como Cazatalentos que buscan autores que puedan seguir sus lineamientos de manera discreta y sin chistar, en tanto que los gestores de lectura imponen la necesidad de la lectura como el único modo de aprender qué es la vida. Una visión de la vida impuesta y artificial que provoca en los lectores una dislocación psicológica y social conocida como “Doble vínculo”, una especie de esquizofrenia, leve por ser socialmente aceptada. Una visión que hace creer que sólo la literatura es lo real y que el mundo es producto de la voluntad del individuo.  El negocio no es un humanismo, aunque Covey y sus seguidores así lo planteen; es una franca deshumanización lograda a través del engaño y la ausencia de sentimientos. La propuesta es negar la lectura de obras de ficción como una forma de conocimiento del hombre ‑aunque haya quienes han descubierto el alma humana a través de sus relatos‑ y trabajar en el conocimiento guiados por el contacto directo con la vida natural y social. En las lecturas no hay ningún conocimiento objetivo, solamente existe la interpretación que el lector hace. Todo está en la experiencia.

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Carlos Prospero
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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