Todo mundo fue expulsado de algún paraíso en alguna edad, por ello va por la vida rebosante de melancolía, con los ojos clavados en la acera mientras avanza o viendo el horizonte, que avanza con su paso, con la cabeza erguida y el paso resuelto. Todo mundo lleva clavada esa espina que lo mantiene en la tierra; porque sin esa melancolía no sería hombre ni sería mujer.
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La melancolía es la fuente del arte, pues solamente un hombre melancólico desarrolla involuntariamente, impulsado por esa sinergia producida por sus glándulas coordinadas por su cerebro, una percepción fuera de lo común.
Pero no todos llegan a ese nivel de percepción porque no todos aguantan ese dolor tan intenso que produce la atrábilis, o bilis negra, y busca por todos los medios posibles quitársela. Pierde así su atención fina y su percepción alterada que le dan la habilidad para ver lo invisible y para registrar lo que puede sentir. El dolor inhibe la capacidad de pensar y distorsiona la percepción, que es el pago físico que requiere el conocimiento. Pero hay que tener en cuenta que nadie puede provocarse ese dolor tan intenso y no hay qué lo consiga, ni la droga, que se ingiere precisamente para acaba r con ese dolor no localizado en ninguna parte del cuerpo que se tiene o se cree que se tiene.
La expulsión del paraíso crea la melancolía, pero no la atrabilis que es de origen cuasi divino, igual que el delirio de Prometeo, encadenado en lo alto de la montaña, indefenso ante el ataque del buitre que le saca a picotazos, no el hígado sino el páncreas, como castigo por robar algo a los dioses para dárselo a los hombre. El poeta honesto, como se le califica en esta sociedad política, de doble moral, es como Prometeo: algo le ha robado a los dioses, a Dios, para dárselo a los hombres a cambio de nada.
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Nadie llega a su destino, menos el poeta, por eso su labor más significativa es descubrir el significado profundo de la existencia, y por lo mismo, no le importa en realidad ni la moral ni las buenas maneras. La poesía es un impacto emocional que provoca en el lector evocaciones de sus experiencias personales, con lo que podemos ver que hay en ambos, el poeta y su lector, una relación intensa, que conmueve el espíritu, que se descubre solamente cuando se lee el poema, bisagra de una puerta batiente que oscila hacia un lado u otro en el que ambos se unen y se reconocen.