Cualesquiera que sea la cantidad de libros que escriba un autor, sólo uno de cada tres, si acaso, puede estar correctamente bien escrito; uno de cada diez puede ser bueno y lo más probable es que de esos diez, haciendo un corte horizontal para no perjudicar el orden de las frases, sólo se puedan sacar algunas para conformar un solo texto escrito con corrección.
Esto puede parecer cruel en una sociedad que se funda en las buenas maneras, en la que no se puede decir la verdad si ésta no es lo que espera escuchar el que quiere conocerla, y en la cantidad como valor supremo (más es mejor).
A la sociedad capitalista no le asienta la verdad; le gusta la truculencia y la hipocresía.
Si quieres decir una verdad, debes de tener a la mano un caballo para huir, pues todos los afectados querrán matarte. Así que afirmar que un libro de cada diez puede ser bueno, de valor estético-literario, es algo de verdad insoportable. Ni siquiera los elaboradores de la “alta cultura” mexicana pueden asimilarlo.
Mi amigo J me pide que lea el borrador de su libro. El libro presenta algunas incongruencias, anacolutos, imprecisiones; abundan los adjetivos y los pone donde no dan vida. Le hago las observaciones pertinentes y me contesta que “esto está aquí por esto y esto por lo otro” y me da una teoría de lo que hace para que acepte lo que hace. Un momento, le digo, sólo soy un lector que te hace ver lo que impacta de tu texto, y lo que resalta me impide una lectura fluida. Son como los topes en las calles: tienes que bajar la velocidad para no estropear tu carro.
La réplica contundente de mi amigo J “es mi texto” acaba con la verdad, la cual, conforme al relativismo cognitivo, termina siendo “mi verdad personal”, porque en este momento histórico no hay una verdad general, menos universal, y eso me libra de tener un caballo a la mano cuando digo una verdad.
Hay que aceptar que la trilogía de Grass se reduce al Tambor de hojalata; Cantos, de Pound, a los Cantos Pisanos, toda la poesía de Eliot se concentra en La canción de amor de Prufrock, y la de Paz, en un solo poema.
Así que pueden escribir más de cien libros y enviarlos a la Biblioteca del Congreso para que queden registrados, pero eso no hará que la obra literaria dé un salto cualitativo. Ni siquiera el reconocimiento del grupo de hacedores de la alta cultura mexicana puede hacer tal milagro.