Cultura

Porristas acreditados

Pocas cosas resultan tan odiosas como ser parte de un medio de comunicación y tener alma de fan. Nada como sacar la matraca, tener el grito histérico a punto y trastocar la actitud de un profesional mientras desarrolla sus labores, para dar al traste con la imagen impoluta de quien se precia de estar frente a un micrófono, una cámara o un teclado.

Entiendo que los bien pensados dirán que no tiene nada de malo, en tanto no percuta en el trabajo mediático. Los pragmáticos sostendrán que es inevitable el ejercicio de las fobias y las filias, en tanto que los entusiastas de la filosofía expondrán que, dado que somos sujetos, es complejo mostrar alguna suerte de objetividad.

Será el sereno, pero me da la impresión de que quien se ostenta como gente de medios y sucumbe a la tentación del hincha de lo que sea extravió el camino en alguno de los sentidos, dejando mucho que desear en su trabajo al ser parcial en su faceta de simpatizante, mientras se ostenta como un intento de voz crítica.

Las razones de la postura, más allá del prurito estético que genera repelús, se suscriben en el absurdo del que pretende ser juez y parte, en el manoseo de una cobertura o el abordaje de algún tema, cuya inercia es a todas luces manifiesta.

Y no digo que quien tiene el privilegio de participar en algún medio pierda por ello el derecho al fanatismo, pero justo por eso debería ser mesurado, al menos en público, dado el talante de su figura. Y esto implica trincheras deportivas, musicales, literarias e incluso aquellas ligadas al paladar y al disfrute de cualquiera de los sentidos.

A lo largo de los años en que he tenido el privilegio de hacer periodismo gastronómico una premisa que ha servido como eje medular en el encuentro con lugares, cocineros y platillos, ha sido impedir que el gusto al gusto decida la línea editorial que ha de plasmarse al aire o de forma impresa.

Antes de hablar bien o mal de algún concepto culinario se impone primero conocerle como cualquier parroquiano que se sienta una mesa a degustar el pipirín. Después pagar por el servicio recibido y, si merece la pena profesionalmente hablando, realizar la entrevista que dé cuenta de la experiencia.

Desde luego, hay una enorme brecha entre celebrar la técnica y el sazón de un cocinero a mirar a unos cuantos metros a un gigante del campo que sea, cuya vida y obra pudieran haber sentado las bases de lo que es uno hoy día. Pero es cuestión de tablas, método y la capacidad de morderse unas ganas y la mitad de las otras para no sucumbir en el intento.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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