Cultura

Perreocanrol

Tengo la sospecha de que el reggaetón es algo así como rock and roll del siglo 21, aunque no necesariamente por las razones correctas. Como en aquellos tiempos en que la música disruptiva implicaba estremecerse y dar vueltas, las cosas se repiten y hacen que la banda se apreste a mover las carnes como Dios no manda.

Lo pienso porque ambos tomaron por sorpresa a las buenas conciencias y propiciaron rasgamientos de vestiduras ante semejantes visiones, y porque a todas luces y a pesar de los pesares el reggaetón lleva ya un rato sonando como para verlo sólo como un asunto efímero. Esto se suma a que siga estando en el gusto de las audiencias más parvularias, lo que hace que las disqueras, los medios y en general la sociedad del espectáculo tengan puesta su atención en ese mercado.

Para muestra la legión de seguidores que suelen convocar los personajes que están en boca de todos, desde los conejos malos hasta las Rosalías. Por si fuera poco, habría que añadir al fenómeno de la persistencia a las mentadas figuras, una lógica de reproducción simbólica por la cual los bailes, las vestimentas y las celebraciones son recursos gregarios que definen la inercia.

El problema reside en el legado que puede llegar a ocurrir luego de qué el género haya visto pasar sus momentos de mayor consumo. ¿Estarán las figuras y el público del hoy hechos para permanecer? Porque eso es justo lo que ocurrió con el público hippie de los 60 que transitó de la ideología contracultural a la integración al mainstream en las siguientes décadas. Cuando se dio cuenta que había qué velar por una familia, que había que trabajar y producir, el discurso combativo rockanrolero se puso en entredicho.

Habrá que ver qué ocurre con los reggaetoneros de ahora, cuando se las tengan que ver con el destino. Eso sin dejar de lado las hipotéticas figuras que habrán de conformar la memoria colectiva del mañana. Hace un tiempo platicaba con una colega de la radio sobre la ausencia de personajes que en la cultura popular pudieran llegar a tomar la estafeta de los clásicos, particularmente cuando el ciclo de la vida iba culminando para dinosaurios del tamaño de David Bowie, Leonard Cohen, George Harrison, y los que aún no se han ido pero que eventualmente acabarán palmando.

Si la industria cultural desde el rock se encuentra en esas condiciones no quiero imaginar con qué escenarios habremos de toparnos cuando los hoy pubertos tengan edad de ser tratados como adultos. Sin duda habrá que esperar y ver, o mejor dicho oír, pero de lejecitos, no vaya ser que un mal día de pronto le sorprendan a uno bailando despreocupadamente al ritmo de: “¡me la' vo'a lleval a to'a pa'un VIP, un VIP!”.


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Carlos Gutiérrez
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