Cultura

Penurias de la vida moderna

Casi me voy de espaldas cuando El Vic y La Guai me contaron la patoaventura. Resulta que, en aras de consentir a su domadora, mi amigo se las ingenió para granjearle el acceso a uno de los conciertos de Luis Miguel. Luego de las penurias a las que se vieron sometidos, como decenas de miles de parroquianos, al tratar de hacerse de un boleto, de desarrollar las comprensibles ampollas en los dedos de tanto teclear F5, F5, F5, tuvieron que pasar casi treinta y seis horas para que apareciera la luz al final del túnel.

Día y medio y cinco mil pesos después La Guai tenía su ticket digital reluciente y una cara de Felipe con tenis que no podía con ella, y que duró hasta que nos reunimos para echar el chal. “¡No manchen!”, les dije, con la clase y aplomo que me suelen caracterizar. “¡Estos abusivos no tienen madre!”, rematé. Y por más que intentaron convencerme del encarecimiento de la vida, de que el show del Rey Cucaracho (La Chule dixit) está a la altura de los mejores del mundo y más, nada me quita de la cabeza que todos quieren llevarse al baile a todos.

Me queda claro que luego de la maldita pandemia hay que sacar al buey de la barranca, pero hacerlo como si nada más unos cuantos hubieran padecido las inclemencias económicas derivadas de ello es pretender hacerse de la vista gorda ante un escenario que no deja de tener la etiqueta de crisis. Para colmo, en esa narrativa marabunta sigue habiendo los mismos vicios de antes, sólo que acentuados y hasta a la altura de las circunstancias.

Como esos gandallas que acaban teniendo en su poder la boletiza para venderla en medio riñón, mientras que muchos ilusos se quedaron fuera de la fila virtual y con las ganas de ver al Sol, debiendo conformarse con una nueva visita a la serie en “Nesflis” o bien sacrificando la piel mientras se exponen minutos antes de los toquines a la máxima callejera: “¿Te sobran o te faltan boletos?”. Como es de esperarse, el caso de mis cuates no es ni por mucho el más extremo. Sé de gente que pagó una buena lana por un lugar en la fila dos del show. Y hablo de una transacción sin trinquetes ni turbias mediaciones.

¿Realmente lo vale? Con la autoridad claridosa que le asiste a la autora de mis días, me soltó que, así como no dudé en aflojar la marmaja para ver en su momento a Leonard Cohen o Joaquín Sabina, hay mucha gente que hace lo propio con Luismi. Y ni cómo decirle que no. Habrá que ver qué tal le va a la gira, que a estas alturas luce colgado en la página web el letrero sold out en las dieciocho fechas por tierras tenochcas y en cuarenta y cuatro más allá de sus fronteras. Pero eso sí, hacerlo al ritmo de: “¡Cómo disheeee!”.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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