Escribo estas letras con un profundo temor, que el consumo de marihuana sea la puerta de entrada a otras drogas más fuertes como los nachos con queso. Y es que tremenda se ha armado la cosa con el tema. Por un lado, siguen en su pasón celebratorio los volátiles afectos a quemarle las patas al diablo y, por el otro, quienes hacen el oso, pero bien sabroso, como aquella diputada que salió a rasgarse las vestiduras argumentando tonterías en la tribuna para impedir que se legalizara el consumo de cannabis para uso lúdico.
Digo, si de plano es tanta la necesidad de figurar, por lo menos hay que documentarse un poco. Cualquiera con un poco de sentido común entiende la imposibilidad de andar en el aire cuatro días nada más haberle dado unas mordidas a un panqué de hierba. Ni que fuera parte de un tour cortesía de Las enseñanzas de Don Juan y la fiesta a punta de peyotazo limpio. Lo que sí debía haberse incluido en la discusión es el riesgo de quedar más tonto con la pachequez, porque, así como que muy brillantes no suelen ser muchos de los asiduos a la mota.
Y entiendo la algarabía de la concurrencia atascada, aunque me parece demasiado celebrar como si la “Salación Naconal” hubiera llegado al quinto partido, cuando jamás ha habido bronca con fumarse un porro en lo oscurito. Quizá el anhelo más grande de la horda weed, después del tianguis en la materia que se puso cerca del Senado, sea el emprendedurismo bajo la línea del coffee shop, o sea, Amsterdam de petatuix. ¡Mis vidooos!
Ha sido tanta la euforia como la de las criaturitas que al ritmo de chin chin el que no se quiebre señalan con dedo flamígero la discriminación, violencia y estereotipación en las caricaturas de ayer, de hoy y de siempre. Con la fortaleza que acompaña a la generación de cristal, conformada por mileniacos y centeniales, así como boomers y chavorrucos que consecuentan sus pavadas, se ve amenazada su alma quebradiza con personajes como Pepe Le Pew, al que ya mandaron al averno no por apestoso, sino por manchado y calenturiento.
Así como están van a acabar con todas las caris y series infantiles que se encuentren, llevándose entre las patas a Don Gato por mañoso y abusivo con su pandilla, al Correcaminos por no dejarse atrapar por el babas del Coyote y hasta a Miss Peggy, a quien traen entre ceja y ceja por acosar a la Rana René. Ya no se diga de Tom y Jerry, Lindo Pulgoso y hasta Piolín. Lo que me deja tranquilo es que esta runfla de ternuritas ignora que hubo vida antes de que llegaran al mundo, así que todo lo que desconozcan, que es mucho, está a salvo.
Por lo pronto, para documentar el reventón loco del club de los churros y los mazapanes, propongo entonar el Himno pacheco del buen Armando Palomas, mientras proyectamos episodios de Tomy y Daly, de Los Simpsons: “¡Vamos a ponernos marihuanos y todos, todos juntos nos la vamos a tronar!”.
Carlos Gutiérrez
@fulanoaustral