La pintura es un arte que no necesita del verbo para ser comprendida con intuición y sensibilidad. La razón o el conocimiento son solo herramientas frente a óleos o acrílicos. La película Ya no estoy aquí es un nítido ejemplo donde la fotografía de Damián García capta imágenes que bien pueden ser un lienzo –como lo entendió Gabriel Figueroa–, donde no importa que los diálogos de una clase social que se comunica con jerga, sea un lenguaje críptico que necesitaría traducción al castellano. Pero no. El filme es un ejercicio plástico que podríamos ver sin palabras y entenderlo como una pintura en movimiento.
El guion escrito y dirigido con fineza y rabia por Fernando Frías es multifocal: un paisaje hipnótico donde aparentemente no pasa nada y se pierden vidas casi sin darnos cuenta por ver bailar cumbia a un Dios en tierra de Kolombia, barrio de narcos en Monterrey. Presenta dos ciudades al borde de lo oculto: una, en la norteña, Monterrey, y otra, en el Nueva York al que los turistas pocas veces conocemos. En Kolombia, drogas, racismo y clasismo mexicano tienen fama pero el panorama en Estados Unidos es igualmente aborrecible, donde la inequidad no es exclusividad latina.
El filme de Frías logra lo que la pintura pocas veces ante un espectador sensible. Leer pintura es un ejercicio silencioso que solo puede demostrarse en la discreción de la humildad. Ya no estoy aquí es una pintura fílmica que no se parece en nada a Los olvidados de Buñuel, Amores perros de González Iñárritu o Roma, de Alfonso Cuarón, aunque sus temas se acerquen. Junto con Del Toro, ya tenemos una cuadrilla de cineastas universales. (Por si dudan, Roma y Ya no estoy aquí pueden verse en Netflix).
En Roma vimos la aparición de Yalitza Aparicio. En el filme de Frías surge Juan Daniel García, portentoso en su interpretación. No bailaba y aprendió a bailar. Frías le exigió y él se esforzó hasta convertirse en un enorme actor. Sin él la película no sería lo que es. Con él, el paisaje está lleno de matices, luces, opacidades, silencios y explosiones internas, justo como la pintura o la verdadera fotografía que –cuando dice– estalla los sentidos humanos.
Cine, fotografía y pintura: explosión de emociones. Larga vida al arte.