Es sano que viva en el interior nuestro un monstruo que cante verdades para mejorar la vida externa. La dramaturga londinense Abi Morgan ha creado una historia que toca aristas que uno quisiera que no emergieran. Pero la cruel existencia se encarga de decirnos que la pedofilia, el racismo, el sexismo y la discriminación por identidad de género son constancias, lastres sociales que nos involucran, queramos o no.
Eric, la serie de Netflix protagonizada por Benedict Cumberbatch ,es divertida y escalofriante. Basada en hechos reales, hoy sabemos que el fenómeno se repite a pesar de las denuncias frecuentes por atrocidades cometidas. Poner humor y melodrama sana en parte a una sociedad, pero vuelve cínico a quien la cárcel no le intimida, y esconderse en las ciudades resulta fácil cuando hay cloacas debajo de una urbe. No soy fan de series pero aquí quedé aplastado por la visible oscuridad de la vida.
Eric no es un chiste para pasar el rato. Los 80: un detective investiga la desaparición de un niño y abre la caja de Pandora: red de mercado de menores de edad en complicidad con autoridades; corrupción del cuerpo policiaco con machismo por delante que sirve para aniquilar a quien los persigue: sí, el agente del servicio secreto, interpretado por McKinley Belcher III —gay en el filme y en la vida real— está casado con un hombre. Peor: vive el final de una vida con su pareja, con VIH. La bomba está servida y realidad y ficción nos confunden.
Pero todo está basado en hechos, ese espejo de realidades a medias para hacernos reír en un melodrama que debería ser tragedia. Netflix se lleva loas de calificación. Un dato más: en la serie, el padre del niño desaparecido es alcohólico, drogadicto y con problemas psicológicos; en su vida profesional es titiritero de un programa de televisión al estilo Plaza Sésamo.
Es interpretado por Cumberbatch, enorme actor que escoge papeles para poner voz y alma ahí donde está lo
sobresaliente.
A nadie debe extrañar que en el mes del orgullo gay sea sano que la comunidad LGBT+ no solo se dedique a marchar como si la vida fuera un carnaval: la autocrítica es sana cuando nos vemos involucrados en historias donde la moral no da moras.
Véanla, no perderán el tiempo: ¡cuide a su monstruo!