Ellos no eligieron los asesinatos de sus hijos. Ellos no escogieron la imagen pública. El poeta vivía apartado, escribiendo versos y pensamiento político en la revista Proceso. El otro, un empresario de doble nacionalidad que la hipocresía mexicana no acepta por ser mitad gringo, mitad de este lado. “Que se regrese a Estados Unidos”, se escucha por ahí. Como no aceptan al ser cristiano del poeta que escribe en su libro El reflejo de lo oscuro:
“—Desear que el mal que nos hicieron y que hicimos no nos degrade por amor a aquel que nos lo ha infligido y por amor a los que en nuestra ignorancia se lo infligimos; por amor también a nosotros mismos, a esos niños que fuimos y que un día alguien lastimó. Solo así el mal puede purificarse y el bien restablecerse”.
Los dos con diferentes conceptos sobre la religión. Los dos caminaron junto a otros, de Cuernavaca a Ciudad de México en una manifestación por la paz, el fin de la violencia. De los dos conocemos su tragedia al perder a sus hijos por la inseguridad, el narcotráfico. En un poema de Sicilia está dicho todo: “El mundo ya no es digno de la palabra/ nos la ahogaron adentro/como te (asfixiaron)/como te desgarraron a ti los pulmones/y el dolor no se me aparta/solo queda un mundo/por el silencio de los justos/solo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo”. O los desgarradores gritos de los niños y las madres de la familia LeBarón y Vallarta, esos que despertaron las conciencias sin pensar en ese momento en la palabra política, ahí donde el corazón se agigantaría, solidarizándose con los deudos.
Pero llegó la grilla, la que agazapa resentimientos, frustraciones, odio contra los que perdieron vidas inocentes, no contra los que causaron el mal en una sociedad fragmentada, insegura, sin un presidente para todos los mexicanos. Nadie supo o pudo decirle al mandatario que un hijo muerto vale más la reconciliación que dar la espalda a quienes no piensan como él —también un hombre de convicciones cristianas, por cierto. Se negó cuando hay un público que observa desde la tarima que sí acepta el show con los 43, que sí asume la presión de Estados Unidos sobre los LeBarón, pero no quiere escucharlos a los ojos de la plaza pública. ¿En dónde está esa izquierda crítica, incluyente, respetuosa de otros pensamientos? Perdón, pero no la veo.
Felipe Calderón desató la guerra. Peña Nieto prosiguió sus pasos. AMLO no ha podido frenarla. ¿O sí? “Abrazos, no balazos”, un año y no ha funcionado. Dejar con la mano extendida a dos hombres desnudos frente a la violencia que vive el país es aceptar que los tiros contra ellos —y mañana contra nosotros— serán el futuro de México. ¿Entre sombras de muertos labramos nuestra historia? Omitir es remitir, repetir el error y causar daño por exclusión. Es actuar de la misma manera que aquello que criticamos y hoy repetimos en la cuarta transformación. ¿En qué radica el misterio de una libertad plena, sin prejuicio de otros? Sabrá Dios. La religión de Sicilia, la religión de AMLO y la religión de los LeBarón al parecer desconocen la respuesta. Nosotros menos.
Una cosa es cierta: el prejuicio y la política impidieron un encuentro de pluralidad ideológica. ¿Será que todo aquí es polvo?