Adiós ríos, adiós fuentes, adiós riachuelos pequeños…” El poema de Rosalía de Castro —poeta gallega del siglo XIX— puede servir de reflejo a lo que es el ayuntamiento de Láncara, en Galicia, España: bosques y ríos, casas y gente de campo. Casas de teja y de piedra. Hasta acá llegó Fidel Castro, a visitar la casa de su padre.
Ángel Castro y Argiz nació en Láncara, en la provincia de Lugo; hijo de campesinos, viajó a Cuba muy joven, reclutado como soldado del ejército español en la última guerra de independencia del país caribeño, entre 1895 y 1898. Al finalizar la contienda, Cuba se independiza y Castro y Argiz regresa a España. Más tarde volvería a Cuba donde nacería, en 1926, Fidel Castro, quien dijo en la puerta de entrada a la casa:
—Mi padre poseía las nobles virtudes del emergente gallego: bondad, hospitalidad, generosidad y consagración al trabajo. Aquí están mis antepasados. Aquí vivía, en una choza de las más humildes… llegó a tener cientos de hectáreas y nazco por accidente; no hijo de marqués, de duque o conde. También mi madre era hija de campesinos pobres. Nunca fueron realmente ricos. De mi padre recuerdo que lo que tenía lo daba, era generoso. Y como no me gustaba que en mi biografía dijera que soy hijo de terrateniente, se me ocurrió decir: nieto de campesinos pobres, esos campesinos pobres de Galicia.
Castro tiene enterrados en Láncara a sus abuelos paternos, a sus tíos y a uno de sus primos hermanos, Salustiano. Los familiares más directos del líder cubano son sus primas, Victoria y Estela López Castro. Eran las 11:05 —hora local del 28 de junio de 1992— cuando el comandante tocaba por primera vez la tierra donde naciera su padre. Castro abrió la puerta de la casa de Ángel Castro y Argiz. Casa cerrada más de 20 años. Nadie vive.
Lo recibieron sus primas, Victoria y Estela, y los esposos e hijos de las primas. Entre música y bailes, Fidel y la pequeña familia entraron a la humilde casa de piedra: una especie de chimenea, cocina y comedor, dos habitaciones, un baño y un patio trasero. Suelo de tierra. El comandante, con los ojos enrojecidos, con huellas de llanto...
Apenas 10 minutos duró Fidel en el interior de la casa; la rodeó, tocó las paredes. Un aldeano le dio copia del título de propiedad —de 1875— que era de su abuelo paterno. Fidel agradeció el gesto. Y regresó a Cuba…
(Lo que sigue es la Cuba de Fidel: sabemos lo que pasó. Lo que escribo aquí, es cuando alguna vez fui corresponsal de La Jornada).