Cultura

Más gotas sobre el agua ya derramada

El dolor de uno, voluntariamente padecido, pero asimismo propiciado por la fatalidad (así debía ser), por individuos de su congregación e infligido por las autoridades de su época ante la masa que contempló pasiva el martirio, marcó la forma de las culturas de una buena parte del planeta, del Medio Oriente a América, incluidas Europa y África y un tajo de Oceanía. Aún hoy, un mil 985 años después del suplicio inimaginable, se conmemora y es ventajoso como adhesivo para ciertas sociedades. Por el dolor de Jesús, paradójicamente, multitudes tienen esperanza; merced a su tortura, una hilera de valores gana sentido, y en el sustrato de muchos modos de gobernar y de códigos jurídicos hay una dosis de las ideas cristianas para conformar comunidades humanas.

Pero no únicamente el dolor extremo al que fue sometido Jesús ha sido, durante dos milenios, uno de los motores al servicio de la Historia (para bondades y para iniquidades), también la lógica de su calvario: pagar la deuda moral que la gente tenía contraída, por pecaminosa, y recomenzar la relación con Dios a partir de proposiciones no sectarias, universales: amarse los unos a los otros; poner la otra mejilla antes que responder con violencia a la violencia; que la riqueza más valiosa sea la del espíritu; tomar el modelo del samaritano que sin dudar fue caritativo y misericordioso; asumir que la palabra de Dios sólo es algo si se cumple en los actos solidarios hacia el prójimo. Su muerte, en medio de un padecer espantoso, fue para rescatar a la gente de la esclavitud de los deseos personales justificados por la lectura convenenciera de las leyes de su religión; redimió a los de entonces y hay quien sostiene que su sacrificio alcanza a todas las generaciones. Pero hoy, las propuestas que hizo, con el ejemplo y con sus palabras, están arrumbadas tras la cosmética del rito, de los ritos, meras señas superficiales de identidad, válidas en muchas ocasiones nomás para discriminar.

Ahora, la compasión y el prójimo son nociones poco rentables, incluso peligrosas: no sabemos quién o qué son el otro, la otra, y mejor ponemos distancia; al dolor que los aqueja y a sus contratiempos, si los atestiguamos, solemos adjudicarles un origen sospechoso que nos apremia para alejarnos física y espiritualmente, excusados por la expresión que supone un fondo moralmente impecable ante los demás: no vaya a ser. Si hemos terminado por ajustar las normas que atañen a la moral religiosa en la que nos desarrollamos, directa o indirectamente, a las necesidades que nos imponen las circunstancias, políticas, económicas y sociales, delineadas por la ambición personal a la que llamamos “buscar el éxito”, a las civiles damos tratamiento similar, salvo que a éstas no precisamos adaptarlas, basta con ignorarlas; cosa a la que sobre todo son afectos los responsables de hacer que se cumplan, aplican la justicia como la entendía el prefecto de Judea en el tiempo que Jesús predicaba: se lavan las manos.

Cuánto dolor impuesto a jóvenes, y a quien sea, debemos conocer y aceptar; son centenas de miles, de víctimas, desaparecidos, de esclavizados y torturados. Cuánto dolor debemos acumular, de cuántos, para lanzar la voz de alerta: nos vamos acostumbrando. De cuántos cuerpos sometidos al ácido y a las llamas debemos enterarnos para reaccionar y recuperar el sentido de solidaridad, de compasión, no sabemos la cantidad de los que han pasado por semejantes salvajadas, pero cuarenta y seis, Salomón, Daniel, Marco y los estudiantes de Ayotzinapa, personalizan un número con valor infinito. Es tanto lo que luce irremediablemente roto, y la redención no provendrá del hacer voluntarioso de uno solo, con todo y que el paradigma del Jesús hombre sigue vigente; el fin de la servidumbre ante los violentos y los corruptos será secuela de la suma de las comunidades comprometidas con una ética colectiva, con su vida y con la de cada uno de sus integrantes.

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Augusto Chacón
  • Augusto Chacón
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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