El cinismo político en nuestra época no tiene precedente ni conoce límites. Como se está viendo en España, Estados Unidos o Colombia, esto no se limita a México: es un fenómeno tristemente global; un signo de los tiempos políticos mundiales que, con limitadísimas y honrosas excepciones, está marcado por la corrupción y la mentira. Al observar el mundo público, nos percatamos de que se ha convertido en un circo de calumnias y contracalumnias, una más sorprendente y perversa que la anterior. La política actual se ha degradado a un espectáculo de acusaciones mutuas, donde el objetivo principal parece ser la difamación del adversario en lugar de la búsqueda del bienestar común.
En otros tiempos, la honorabilidad y el nombre de un líder era, así fuera de manera somera, algo que se buscaba mantener. Hoy ya no: en general nuestro mundo es uno de políticos que, además de inmorales, son amorales. Es decir, no sólo son corruptos y mentirosos, sino que además no les molesta serlo.
El guión es tristemente el mismo y reconocible. Primero, alguien denuncia algo que puede ser verdad o media verdad. La parte atacada, incluso sabiendo que lo que se dice es parcialmente falso, lejos de explicar y debatir, reacciona negando todo. Acto seguido, viene una frase que ya se volvió tan común como un buenos días: “presente su denuncia”. Claramente, eso no responde ni sí ni no. “Presentar la denuncia” quiere decir que nadie se hace responsable ni de asumir lo que hizo ni de comprobar que no lo hizo. Se avienta el tema a un hoyo negro, que son los sistemas judiciales que, al estar siempre saturados, jamás resolverán nada sobre “la denuncia”.
Si este mundo tuviera más líderes, en algo les preocuparía tanto defender su reputación personal como no dañar con falsos dichos la de otros. Pero no: hoy se trata más de generar o de librar las crisis de indecencia que de ser decente.
Al final, el problema es que a mayor cinismo menor liderazgo y, sin líderes, la gobernanza carece de credibilidad y legitimidad, en sistemas políticos que ya de por sí están siendo cuestionados. Ante eso no hay democracia que aguante y de ahí el desprestigio de las democracias modernas, cada vez más rechazadas por los ciudadanos, a pesar de sus virtudes. De ahí la importancia de no sólo combatir la corrupción, sino de privilegiar perfiles éticos en los gobiernos del mundo.
Cuando la calumnia política se castigue con severidad, la moral de la función pública esté por encima de las ambiciones individuales y la operación del poder público descanse más sobre la transparencia que sobre la opacidad, estoy seguro de que podremos cambiar el “presente la denuncia” por el “ahora le voy a demostrar que no es verdad lo que dice.” Es la crítica judicial de tu Sala de Consejo semanal.