El escenario es tan turbio que se ha tornado inaudito. Después de una jornada electoral relativamente pacífica y normal, todo empezó a ser agitación y anormalidad. Primero, un consejo electoral que tardó más de seis horas en aparecer, argumentando un hackeo internacional. Después, un avance electoral que, sin avance previo, súbitamente daba la reelección “irreversible” al presidente en funciones. Finalmente, más silencio y, sin decir "ni agua va", al día siguiente y sin exhibir una sola acta electoral o haber concluido el conteo, el consejo declara Presidente de Venezuela a Nicolás Maduro y le entrega su constancia de mayoría. A partir de ese momento, todo se vuelve represión y control.
Ante un probable fraude, escondido tras el velo de la opacidad, la comunidad internacional ha reaccionado de distintas maneras. Un puñado de países ha reconocido de manera explícita o implícita el supuesto triunfo. Un segundo grupo ha desconocido a Nicolás Maduro como triunfador y ha procedido a reconocer a Edmundo González como ganador. Finalmente, un grupo mayoritario de países ha llamado a transparentar el conteo de votos, so pena de no reconocer al gobierno madurista.
La pregunta que surge de inmediato, ante la negativa absoluta de Maduro de aceptar una derrota, es ¿cuál será la reacción y consecuencias que impondrán sobre Venezuela los países que terminen por desconocer la elección? La respuesta es que impondrán sanciones económicas, diplomáticas e individuales. La siguiente pregunta es si eso sirve de algo, y la respuesta corta es que no.
Las sanciones internacionales han sido una estrategia recurrente frente a regímenes autoritarios, como el ruso, el cubano y el propio venezolano. Sin embargo, su efectividad ha sido cuestionada repetidamente. Los dirigentes siguen en el poder, mientras que el pueblo sufre un empobrecimiento creciente. Lejos de debilitar a estos regímenes, las sanciones a menudo se convierten en herramientas de victimización para los dictadores, quienes las utilizan como excusa para justificar los malos resultados de sus políticas.
Por todo lo anterior, en Venezuela no habrá alguna solución de corto plazo. Varios países impondrán sanciones, las pérdidas que generen las sanciones serán compensadas a través de cooperación con gobiernos amigos, el hombre se quedará ahí y todo el mundo pronto volteará la cara hacia algún nuevo problema geopolítico que surja. Las sanciones nunca han servido y seguirán sin servir, pero quienes las imponen se sentirán tranquilos, habiendo cumplido con un deber tan moral como ineficaz. Y así, todo en Venezuela seguirá igual, con una diferencia: ahora el gobierno tendrá en el aumento de las sanciones la línea discursiva perfecta para justificar su ineficiencia. Es la reflexión de geopolítica electoral de tu Sala de Consejo semanal.