La gesta simbólica se ha completado. Esta vez la víctima es el litio. Nacionalizar, lo que sea, es obsesión eterna e inequívoca de todo gobierno nacionalista, progresista o populista porque, autollámense como se autollamen, al final buscan siempre lo mismo: pasar a la historia reivindicando a los oprimidos desde conjeturas retóricamente impecables, así sean premeditadamente falsas.
Pero la triste hazaña es, siempre y con certeza, una manzana envenenada. A pesar de que tanto los porristas como los oportunistas se enredan en la bandera y defienden como propio y heroico el logro del caudillo en turno, lo cierto es que, una y otra vez, los gobiernos, y más los del mundo en desarrollo, han probado y comprobado su lamentable incapacidad para crear riqueza cuando de empresarios se disfrazan.
El caso del litio en México no será distinto. Aunque la idea de mantener el control de los recursos naturales de la patria puede sonar atractiva, la extracción y transformación del litio son procesos complicados por ser especializados: requieren tecnología sofisticada, recursos financieros considerables y destreza administrativa, elementos todos ausentes en el gobierno de México. La nacionalización, en casi cualquier caso pero sobre todo en este, no es sino un show que, además de salir caro, saldrá mal.
“Ninguna empresa privada podrá robarse lo que ha pasado a ser riqueza para la nación", se dice. “Los de antes seguro lo hubieran regalado a los privados”, se pregona. Por supuesto que ninguna empresa privada podrá robarse nada, porque ahora se lo robarán aquellos vinculados a una dependencia estatal que nace ahogada en un mar de ineficiencia gerencial, incapacidad operativa y corrupta ambición. Y la historia se repetirá: otra nacionalización que servirá para enriquecer a unos pocos y mantener ilusionada a la paupérrima mayoría, que jamás verá fruto alguno de la prometida opulencia.
Ante el absurdo, no obstante, un consuelo pervive: precisamente porque el procesamiento del litio es caro y complejo, será relativamente poco el tiempo que le dure el gusto de ser oro blanco y se convertirá en oropel. Las alternativas que están siendo desarrolladas son muchas y más eficaces: magnesio, sodio, grafeno, silicón o manganeso, pronto reemplazarán parcial o totalmente al litio y será entonces que volveremos a la sensatez, porque veremos que la mayor parte de la supuesta riqueza se habrá quedado enterrada en la tierra ante la incapacidad para extraerla; los pocos frutos obtenidos habrán sido fortuna de unos cuantos; y el avance tecnológico, que no se puede nacionalizar, habrá sepultado por enésima ocasión la mentira de unos, convertida en falsa esperanza de muchos, que erróneamente creen que soberanía equivale a prosperidad. Sea esta la crítica mineral de tu Sala de Consejo semanal.
Arnulfo Valdivia Machuca@arnulfovaldivia