“El Peluca", le apodan. Se llama Javier Milei y, tras un torbellino de debates y controversias, este singular personaje es ya el nuevo presidente de Argentina. Ex portero de fútbol y ex cantante de rock, es más conocido por su carrera académica como economista y defensor de los principios de la escuela austríaca de economía, una corriente ideológica que promueve la libertad individual extrema, abogando por un Estado y un gobierno que desempeñen roles marginales y complementarios a los individuos. Según esta visión, el gobierno debe limitarse a proporcionar lo mínimo necesario para la convivencia humana, permitiendo un desarrollo económico individual sin restricciones.
La elección de Milei generó reacciones inmediatas a nivel global. La izquierda latinoamericana expresó su horror, tildando a Milei hasta de "nazi". Mientras tanto, figuras políticas conservadoras de todo el mundo felicitaron calurosamente a Milei, viendo en su victoria el fin de la pesadilla peronista-kirchnerista, que de acuerdo con ellos tiene sumida a la Argentina en la desgracia, y considerando el triunfo una señal de que el péndulo político latinoamericano empieza a regresar hacia la derecha.
Un análisis menos ideologizado de la elección de Milei sugiere que la realidad se encuentra en algún punto intermedio. Ni el “neoliberalismo” de Milei es tan terrible como lo sugirieron expresamente los presidentes de Colombia y Venezuela, mientras su socialismo desvelado mantiene a sus países hundidos en la decadencia económica y social, ni el “laissez faire” extremo puede ser recomendable, como lo demuestran los interminables casos en los que el crecimiento desbocado sólo genera desigualdad social como en los Estados Unidos o el México de los años 80 y 90.
Bajo este contexto, el problema no es realmente Milei. El verdadero desafío es que tanto el capitalismo como el socialismo parecen haber agotado sus opciones de desarrollo. La humanidad enfrenta una crisis de modelos económicos, porque los gobiernos quieren seguir interviniendo o en favor del capital o en favor del “pueblo”, cuando los modelos que auténticamente generan riqueza están surgiendo fuera del ámbito público y también fuera del alcance de las viejas corporaciones tradicionales.
A mí me da gusto que haya ganado Milei. No porque esté de acuerdo con todo lo que propone ni porque sea la opción ideal, sino porque al menos es un cambio frente al desorden, la inflación y las políticas sociales ineficaces de una izquierda cansada y corrompida. Ante dos opciones polarizadas y polarizantes, ya al menos era hora de que el crecimiento desigual equilibrara a la prolongada igualdad pauperizante. Mientras tanto, deberíamos pensar en opciones realmente óptimas. Y hasta aquí la opinión austral de tu Sala de Consejo semanal.